Sof 3, 14-18; Is 12; Lc 1, 39-56

Tres días en una caravana con todo un Dios en el vientre… ¡Y nadie se dio cuenta!

Aquella joven que viajaba desde Nazareth hasta los montes de Judea sumida en un profundo recogimiento no llamó la atención… ¿En qué estarían pensando aquellos hombres? ¿Llegaría alguno de ellos a saber, quizá más tarde, que había viajado junto a la Madre de Dios? ¿Sospecharían, mientras elevaban sus súplicas a Yahweh, que el propio Yahweh hecho hombre, acurrucado junto a ellos en el solio de unas entrañas virginales, las recibía antes de que el viento apagase el sonido de las frases que mascullaban?… Pero la frecuencia de los balbuceos del Espíritu requiere oídos avezados. Quienes andan pendientes de los ruidos del mundo no pueden percibirlos, y Dios pasa a su lado sin que se den cuenta. Cuando, tras la muerte de Teresita de Lisieux, dio comienzo su proceso de beatificación, muchas religiosas que habían vivido junto a ella preguntaron asombradas: «¿Ésta?»… Habían estado junto a una santa, y no se habían dado cuenta. Otras la tuvieron por neurótica. Y una de ellas, precisamente aquélla cuya presencia más incomodaba a Teresita, al ser preguntada respondió: «Yo era su preferida.

Disfrutaba estando conmigo»… Nunca conoció la lucha interior con que la santa se arrancaba cada una de las sonrisas que le regaló. Pero así es este mundo, acostumbrado a tener a los santos por idiotas y a los idiotas por santos.
«En cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel del Espíritu Santo y dijo a voz en grito: -«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!»». La capacidad para percibir los sonidos del Espíritu se llama «vida interior». Y, créeme, no basta rezar si esa oración nace y acaba en los labios: hay que implicar al corazón, a la mente, y a la voluntad en la aventura divina del Amor.

Abre hoy bien los ojos, que nunca estuvo la vida interior mejor descrita: porque María tiene en su vientre a la Vida encarnada, e Isabel alberga en su seno al pregonero de la Vida. Primero se aguzó el oído, luego se llenó el corazón, después se poblaron los vientres, y finalmente, los labios dejaron escapar el gozo con que Dios colma las almas de sus elegidos: «Proclama mi alma la grandeza del Señor; se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador»… ¿Cuántos corazones se alegrarán hoy? ¿Cuántos tomarán parte en esta fiesta, partícipes del júbilo de dos mujeres, dos niños, y un Espíritu que todo lo llena? ¿Cuántos saludarán a María con el alma en los labios, y comprenderán que Ella es la Tienda en la que Dios camina con su pueblo? No lo sé. Pero sé que muchos, hoy como entonces, dejarán pasar de largo al Espíritu sin inmutarse. Muchos emplearán el día en «sus cosas», sin percatarse de que el propio Dios, escondido en la dulzura de una Virgen, los visita cargado de alegría. Por eso le he pedido a Ella, para ti y para mí, vida interior. Que nuestros corazones, como aquellos benditos vientres, se pueblen de Amor, y nuestros oídos se abran a esos balbuceos que el mundo no conoce pero que, después de dos mil años, aún llenan el aire.