Jesús no dice que hay algunos que construyen su casa y otros no. Lo que señala es que no todo el mundo edifica de la misma manera. Construir la casa se nos presenta aquí como una imagen de la vida. Todos enfocamos nuestra existencia de una determinada manera. Eso es inevitable. Y, el ejemplo de la casa, nos recuerda que todos queremos construir un lugar seguro en el que poder cobijarnos. Esa casa se puede levantar de muchas maneras. El Evangelio aún es más preciso si nos fijamos en los destinatarios de las palabras de Jesús. Por el contexto no parece que se refiera a quienes no le conocen sino que nos tiene a nosotros como interlocutores inmediatos.

Nos dice que conociendo el Evangelio podemos actuar de dos maneras. Una es dándonos cuenta de la belleza de su mensaje, escuchándolo incluso con agrado, pero sin aplicarlo a nuestra vida. En ese sentido podemos considerarnos cristianos, pero nuestra vida no está arraigada en las enseñanzas del Evangelio. Como mucho las palabras de Jesús decoran alguna de las paredes de nuestra vivienda. Pero son algo meramente exterior que no penetra en los fundamentos ni sostiene la vida. Por eso, cuando llegan las dificultades es muy fácil que todo caiga. La fe que no está interiorizada no puede garantizar la seguridad del edificio. La fe que no es vivida no nos configura verdaderamente. Por eso es tan fácil perderla.

En cambio, cuando construimos nuestra vida sobre las palabras de Jesús. O mejor dicho, cuando vivimos pegados a Cristo, entonces no debemos temer las dificultades que puedan sobrevenir. Jesucristo es la roca que sostiene la vida de cada uno de nosotros. Ese aspecto queda resaltado en el salmo: “Sé la roca de mi refugio, un baluarte donde me salve”. Porque, en definitiva, acoger las palabras de Jesucristo es lo mismo que recibirlo a Él.

Si ahondamos un poco más nos damos cuenta de que la casa que cada uno de nosotros debe construir, porque la libertad individual siempre está ahí, no es independiente de la gran edificación de la Iglesia. Por eso vemos que las grandes edificaciones de la historia, esos santos que aún hoy contemplamos y que nos sirven de ejemplo, han vivido íntimamente unidos a ella. La Iglesia es el hogar en el que construimos nuestra casa porque ella está fundada sobre la roca de Jesucristo.

Ese hecho lo constatamos a dos niveles. Por una parte necesitamos de la predicación y de los sacramentos que la Iglesia nos ofrece. Por otra, al convivir con quienes comparten nuestra misma fe y han sido como nosotros reconciliados en Jesucristo, nos es más fácil caer en la cuenta de lo que estamos haciendo mal o descubrir el mejor modo de actuar. Se une a ello el consuelo que comporta ver la acción de la gracia en las almas de nuestros hermanos.

Por eso no es incompatible la idea de la casa que ha de ser construida con la de pueblo, que tantas veces se utiliza para designar a la Iglesia. Edificamos juntos. El Evangelio viene a ser como los planos y los santos nos muestran el proyecto acabado que podemos contemplar y que nos anima a ir adelante.