Supongo que coincidirán conmigo en que los fariseos son personajes bastante cargantes. Uno acaba cansado de ellos sólo empezar. El hecho de que se presenten de esa forma tan pegajosa, que recuerda al tentador en el desierto, no juega a favor de ellos. Si saben que Jesús dice la verdad, ¿por qué intentan pillar a Jesús en falso?.

El comentario de hoy va a girar en torno a este tema y no al del César que, he de reconocerlo, me agota bastante, casi tanto como los fariseos. No desprecio ese tema, que ha merecido muchas enseñanzas de la Iglesia y que me parecen muy importantes pero, despacharlas en un comentario es complicado porque no es fácil resumir las distintas y notables situaciones diferentes que pueden darse. Baste con señalar que el poder de suyo no es malo, que la autoridad es necesaria en una sociedad al igual que las leyes, que Dios no sólo no se opone sino que lo quiere y que también el orden político, sin dejar de tener una legítima autonomía, como todo lo humano, debe referirse a Él.

Pero vamos a los nuestro, porque existen muchas formas de querer tenderle una trampa a Dios. Digamos, por adelantado, que todas están condenadas al fracaso y que, siempre, el cazador, queda preso de su propio ardid, como sucede en el evangelio de hoy. Toda esa estrategia parte de la idea de que Dios está en contra del hombre y por eso se trata de ponerlo a prueba. Parece como si al hombre le molestara que hubiera alguien por encima suyo. Y entonces aparecen todos esos constructos pseudointelectuales para intentar demoler esa posibilidad. En lugar de apreciar la verdad conocida y partir de ella para seguir adelante se trata de cuestionar a la verdad. Es como intentar decir: nosotros somos más listos que la verdad. Y eso es lo que piensa la mentira y lo que, el Padre de la mentira, intenta hacer creer.

Ese modo de proceder es absurdo e inhumano. Pero se intenta desde muchos frentes. Así, por ejemplo, en nombre de la estadística se promueve el divorcio o se favorece el aborto. Es que, acaso nadie ve la belleza del matrimonio o el valor de cualquier vida humana (un milagro) por pequeña que esta sea. Debemos partir de ahí y no de plantear falsas preguntas que, como en el evangelio de hoy, únicamente pretenden la confusión.

Pero, también en nuestra vida espiritual nos puede suceder lo mismo. La simplicidad, que es una regla siempre válida, puede verse enturbiada con complejas elucubraciones. No es que no se deba estudiar ni que sea malo profundizar en nuestra fe. Lo que sucede es que, ante todo, debe prevalecer el entusiasmo por haber conocido a Jesús. Enamorarse de Él, que es la Verdad, es el camino. A su lado descubrimos que muchas dudas nuestras no eran más que legañas que nos enturbiaban la visión porque aún no habíamos abierto totalmente los ojos. Nos creíamos listos y resulta que no veíamos. La sencillez disipa esos inconvenientes. En Jesús conocemos la verdad, pero no de manera abstracta, sino hecha carne y que se nos da sin medida.