Hoy nos vamos a fijar en el salmo responsorial, que habla del ansia del hombre por encontrarse con Dios. Vemos que hay una gran unidad entre el salmo y la primera lectura. En ella se nos habla del profeta Elías, que se ha escondido en una gruta del monte Horeb huyendo de sus perseguidores. Podemos imaginarlo en esa situación angustiosa dirigiéndose a Dios con palabras semejantes a las del salmo.

Pero más allá de esa coincidencia podemos fijarnos en el texto de esta bella oración. Al inicio de ella se nos dice: “Oigo en mi corazón: buscad mi rostro”. Dios ha puesto en el interior de cada uno de nosotros el deseo de buscarle, porque nuestra dicha sólo es plena cuando nos encontramos con Él. Dios, en su sabiduría, ha dispuesto que el hombre no pueda saciarse sino cuando se encuentra con Él. De ahí que muchas veces sintamos la insatisfacción o el vacío en nuestro interior. Hemos sido hechos para Dios.

El salmo apunta también a que no se trata de un encuentro lejano con Dios sino que buscamos su rostro. Queremos encontrarnos con Él cara a cara. Lo que pide el salmista, y se apunta en ese encuentro sorprendente de Elías con el Señor, que se manifiesta en el viento suave, ahora es posible porque Dios se ha encarnado. Benedicto XVI, en las hermosas catequesis dedicadas a personajes de la antigüedad, empezando por los Apóstoles, ha hablado de la Iglesia como rostro de Cristo. Dios se ha hecho hombre para salir al encuentro de cada uno de nosotros. De ahí que podamos tener una verdadera relación con Él. El encuentro con Jesús no supone, para nosotros, una experiencia que quede fuera de lo humano, precisamente porque Dios ha entrado en nuestro mundo. Lo que en nuestra vida deseamos es contemplar, cada vez con mayor nitidez el rostro de Jesús. Por eso Juan Pablo II, con motivo del jubileo del año 2000 insistió en contemplar ese rostro que ya nos es accesible. Lo conocemos por las Escrituras y lo tenemos cerca, en el sacramento de la Eucaristía.

La contemplación del rostro de Cristo, que ilumina toda nuestra existencia, nos impulsa a unirnos cada vez más a Él. La última estrofa del salmo apunta al deseo de eternidad. Después de haberlo conocido lo que más deseamos es permanecer para siempre junto a Él. Ahora Él ya está con nosotros pero, sin embargo, a nosotros no nos es fácil tenerlo siempre presente. De ahí las palabras del salmo: “Espero gozar de la dicha del Señor en el país de la vida”.Haber encontrado a Jesús, donde se revela la verdad de Dios y también de cada uno de nosotros cambia la vida. En ese nuevo caminar, que ahora tiene por horizonte la vida para siempre junto con Dios, no faltan dificultades. Por eso se exhorta también a la esperanza. Esta es posible porque Dios ya nos ha anticipado algo de lo que nos promete.

Que María nos enseñe a contemplar el rostro de su Hijo para así avanzar fielmente en el camino de la fe.