Éx 19, 2-6a; Sal 99; Rom 5, 6-11; Mt 9, 36 – 10, 8

«El martes marcharon Mel, Ursula y sus seis bendiciones (todas niñas) a China. Imposible describir la ilusión de los renacuajos, la luz de sus ojos, y la certeza en que el Señor es fiel»…

Es parte de un email que recibí hace algún tiempo, y del que no he logrado recuperarme todavía. ¿Qué puede llevar a un matrimonio con seis hijas a arrancar sus raíces y marcharse a China a evangelizar? Si, como muchos parecen pensar, para salvarse basta con ir a misa el domingo y confesar de vez en cuando, ¿Por qué complicarse tanto la vida? ¿Qué van a recibir en China Mel y Úrsula sino penalidades y desprecios? ¿De dónde procede esa ilusión en los ojos de sus hijas? Sólo encuentro una explicación posible al contenido de este email: Mel, Úrsula, y las niñas se han vuelto locos… ¡Locos de alegría! Han recibido algo tan extraordinariamente grande que no pueden contenerse y quieren que se enteren hasta los chinos. ¡Dios os bendiga, Mel y Úrsula! Vosotros sois, hoy, la Palabra de Dios: «Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis».

«Cristo, siendo nosotros todavía pecadores, murió por nosotros»… Ésta es la noticia que nos trae Jesús Resucitado. Cuando yo era todo pecado, cuando nada podía darle a Dios a cambio, cuando por mis culpas estaba condenado, Cristo me amó y dio su vida por mí. Ese Amor es lo único que he recibido gratis. Sé que si ofendiese a Dios, Él me seguiría amando. Si lo olvidase, me seguiría amando. Si renegase de Él, me seguiría amando… ¡Si le escupiese en el Rostro, me seguiría amando! El Amor de Dios no me lo juego nunca, porque es gratis.

Me preguntaba una joven, a quien habían invitado a unos ejercicios espirituales: «¿Se enfadará Dios si no asisto? Tengo miedo de que, si voy, Dios me llame a la vida religiosa. He recibido mucho de Él, y quizá me pida algo a cambio»… Pensaba, la pobre, que Dios es como el mundo; que siempre acaba pasando la factura. Despejé sus miedos y, cuando regresó, su rostro estaba iluminado, porque había recibido un don más: la vocación… «¿Lo ves, tonta?»-le dije- «¡No era un precio, sino otro regalo!». Lo mismo le sucede a quienes van a misa como si estuvieran «pagando la factura» de su salvación…

¡Tontos! ¡Si tuvierais que pagar un precio, no sería bastante con toda una eternidad en el infierno para comprar un centímetro de cielo! Pero si la misa es el regalo que Dios nos hace del Cuerpo de su Hijo… ¡Id contentos y volved agradecidos!
Mira a Jesús resucitado. Escucha cómo pronuncia tu nombre y te dice: «Os he llevado sobre alas de águila y os he traído a mí»… «Antes pertenecías al mundo y al Príncipe de las Tinieblas. Pero, ahora, Yo te he lavado con mi Sangre: eres mío, y Yo soy tuyo»… Y no preguntes «¿Cuánto es?», porque no hay factura. Si no lo quieres, puedes quedarte en tu pecado por toda la eternidad. Y, si lo quieres… ¡Corre al confesonario! ¡Corre al altar, y comulga! ¡Busca los brazos de María, y recibe el Amor de Dios! ¡Es gratis! ¿No es cómo para volverse locos de contento? ¿No es como para irse a la China a gritarlo?