¡Comenzamos!. Así gritarán esta noche unos cuantos millones de gargantas cuando de comienzo el partido de fútbol de esta noche. Ya los diarios de la televisión dedicaban mucha parte de su programación a hablar del partido. Lo siento por el Papa, pero espero que pierda Alemania, aunque tengamos que sufrir esta noche los bocinazos, carreras y cohetes y madrugar el lunes (¿cuántos se pondrán enfermos para ir a trabajar?). Ese será un ¡comenzamos! gritado con mucha fuerza, pero efímero. Sólo durará unas pocas horas y durará lo mismo que una resaca, y será muy breve si España pierde.
Unas horas antes, en medio del terreno de la parroquia -que sigue sin limpiarse-, debajo de un pequeño toldo diré otro ¡Comenzamos!, al igual que se dirá en todas las parroquias del mundo. Será un ¡comenzamos! mucho más humilde, muchos preguntarán qué´ha comenzado y a la hora del Vermut se habrán olvidado. Ya veo que los periódicos le dedicarán, si se dignan, unas breves líneas. ¡Comenzamos!, como casi todo en la Iglesia muy humildemente, un año Paulino, celebrando el segundo milenio de su nacimiento. Lo menos importante es la fecha, lo mas importante es recuperar la figura de San Pablo, que nos acercara a Cristo.
Hoy es un día que se escribe con “P.” P de Pedro y Pablo, de Pilares de la Iglesia, de Persecución y de Prisión y P de Predicadores del Evangelio, la P del día del Papa y del Primado. En definitiva, P de Piedra y de Pastores. Muchas veces se ha querido contraponer a San Pedro y a San Pablo como antagónicos o como la muestra de dos Iglesias. No me lo puedo creer. Pedro y Pablo no son dos filósofos en disputa, dos ideó´logos enfrentados, dos idealistas que van por caminos distintos. Pedro y Pablo discutieron alguna vez, pero les unía algo mucho mas fuerte que sus propios gustos o querencias. Los dos se habían encontrado con Jesucristo. Pedro, durante mucho tiempo, fue el amigo cercano, el confidente, el testigo de sus milagros y sus palabras…, y le negó y recibió su perdón. Pablo fue el perseguidor, el justiciero, el celosos…, y recibió su perdón. Unidos por la misericordia de Dios anunciaron -en la persecución y hasta la muerte-, a Jesucristo, el Hijo de Dios vivo. “ Tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos; lo que ates en la tierra quedará atado en el cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el cielo.”
Pedro y Pablo unidos. En este tiempo en que vemos tanta división en la Iglesia, en la que nos hemos olvidado, a veces, de la misericordia, en que nos dedicamos a pelearnos (muchas veces por detalles nimios), mientras los leones aplauden asombrados ante el espectáculo y se comen un buen chuletón, evitando la carne correos de algunos cristianos. “¡qué se maten entre ellos!” se dirán, mientras siguen haciendo del mundo un lugar en el que sólo reina el príncipe de las tinieblas.
Pero por medio de Pablo y de Pedro, de Santiago y de Juan, de Mateo y de Lucas y en especial por medio de nuestra Madre la Virgen, el Espíritu Santo dijo: ¡Comenzamos! Y aunque parecía que ese grito era nada comparado con el grito de las legiones romanas, de la sabiduría de Grecia, del poder de las antiguas civilizaciones,… a pesar de parecer tan pequeño: cambió el mundo.
Hoy decimos otros ¡Comenzamos!.Tal vez se nos olvide cuando Casillas haga alguna palomita, pero ojalá hoy todos los cristianos y todos los sacerdotes nos animemos a acercarnos a Cristo con San Pablo. No tenemos que diseccionar a San Pablo, tenemos que acompañarle. Tal vez lleguemos a Damasco y nos caigamos para volvernos a levantar, tal vez podamos decir con él “ He combatido bien mi combate, he corrido hasta la meta, he mantenido la fe. Ahora me aguarda la corona merecida, con la que el Señor, juez justo, me premiará en aquel día; y no sólo a mí, sino a todos los que tienen amor a su venida.” O podamos afirmar en medio de este mundo tan revuelto: “Para mi la vida es Cristo” y no mi televisión de plasma.
¡Comenzamos! Muy despacito, casi en silencio, pero de la mano de María sin ningún temor a la derrota, aunque nos corten la cabeza.