Annuntio vobis gaudium magnum; tenemos excavadora. No, no es que vaya a empezarse a construirse la parroquia, simplemente he contratado una máquina que limpie el terreno y dejemos de celebrar la Misa entre escombros. Pasaremos de ser un solar a ser un descampado, pero un paso es un paso. Al final he tenido que echar mano de amigos y de nuestra exigua chequera para dar este paso. Ahora vamos a por una solución habitacional para Dios, otro paso más. El día que nos pongan el prefabricado, fiesta nacional, (aunque tal vez me encuentre mayor para celebrar nada). Parece mentira lo que se tarda en hacer cada gestión y el tiempo se te hace más largo cuando tienes cierta urgencia. Esperar el autobús cuando no tienes prisa y estás leyendo un libro es algo entretenido. Cuando estás a pleno sol y llegas tarde, cada segundo parece un mundo. Cada vez vivimos con más prisas, (hasta en los medios de comunicación), pero esto no es nada nuevo. Santo Tomás, cuya fiesta celebramos hoy, también era un hombre con prisa.
“ Estáis edificados sobre el cimiento de los apóstoles y profetas, y el mismo Cristo Jesús es la piedra angular. Por él todo el edificio queda ensamblado, y se va levantando hasta formar un templo consagrado al Señor. Por él también vosotros os vais integrando en la construcción, para ser morada de Dios, por el Espíritu.” Si las obras humanas, aunque sean para Dios, tardan tanto ¡cómo no va a tardar la obra de Dios que cuenta con trabajadores tan poco cualificados como nosotros? Somos piedras vivas que, una vez que estamos perfectamente encajados según la voluntad del arquitecto, nos movemos, nos deformamos y nos rebelamos,… y la Gracia de Dios tiene que volver a tallarnos. El Señor no rechaza ninguna piedra, está dispuesto a contar con todos, hasta que llega nuestra fecha de caducidad y, por la seguridad y calidad del edificio, acabamos en la escombrera.
Santo Tomás no entendía nada de obras. Era como yo, un nervioso: se anuncia, se proyecta y se ejecuta, para inaugurar cuanto antes. ¿Por qué va a haber dificultades? Había escuchado a Jesús hablar del Reino de Dios que estaba por llegar. Tomás en su interior ya había distribuido las habitaciones y organizado actividades, e incluso habría escogido los canapés de la primera piedra. Pero de pronto la piedra angular, el proyectista, el que tenía que llevar todo a cabo, se hunde. Es crucificado. No entendía que había que poner los cimientos, sacar la tierra que sobraba, limpiar e igualar el terreno y, donde uno quiere construir un edificio alto primero hay que hacer un gran agujero. Y visto la capacidad constructiva de sus compañeros, Tomás dudaba mucho de que el proyecto pudiese llevarse a ejecución. Tal vez en lugar de un rascacielos hiciesen una chabola o, seguramente, lo mejor era olvidar todos los proyectos.
Los compañeros le dicen a Tomás que han visto al Señor. No se lo puede creer. Tal vez pensase que los otros pensaban que podían llevar a buen fin la construcción del Reino de Dios (esos que hablan tanto de la teología paulina, petrina y joánica, como construcción de unos teólogos avanzadillos), pero el sabe que es imposible. Pero cuando ve a Jesús resucitado entonces exclama “¡Señor mío y Dios Mío!” En el fondo está diciendo: ¡Ahora comprendo! El reino de Dios, la Iglesia en la tierra, no se levantará como un monstruo que apabulla a todos los de su alrededor. Irá creciendo despacio, piedra a piedra, hasta el final de los siglos. Y, desde entonces, de Tomás no se sabe nada más. Dicen que acabó su vida martirizado en la India, allá lejos de su tierra. Aunque no vio la gran obra que él se imaginaba ahora contempla la gran Obra de Dios que 21 siglos después sigue construyéndose, con piedras rebeldes como nosotros o Tomás, pero perfectamente labradas por mano de Espíritu Santo.
La Virgen es la primera piedra de la Iglesia, hecha con mimo, con cariño, perfecta y en la que todos nos fijamos. ¿Miraría Tomás a la Virgen después de ver al Señor? Seguro que sí y querría parecerse a ella en su firmeza y fe. Hagamos lo mismo, que el Señor no nos ha desechado.