Ayer con la crisis (perdón, desaceleración) de la agenda del teléfono no os informé sobre la situación de mi parroquia. Comenzamos el martes y hemos comenzado fuerte, con tres Misas diarias. ¿Va gente? Me ha preguntado hoy un amigo. ¡Se llena!. En dos de las tres Misas hay gente hasta en la calle. Puede parecer un gran éxito, pero la verdad es que en donde tenemos puesto el altar sólo caben cuatro sillas (y ya se dan con las rodillas), con lo cual en cuanto vienen siete hay dos en la calle. Pero hemos comenzado bien, tal vez nos toque estar en las mismas circunstancias un mes, y otro, y con lluvia, y con frío, y sin luz,… pero ya le digo a mis fieles que siempre hay algo positivo: Ya no podemos ir a menos ( a no ser que la caseta encoja con la lluvia). Sólo podemos ir a más y crecer. A veces pensamos que lo pobre, lo pequeño, lo humilde es despreciable, siempre nos creemos con derecho a más, a lo mejor. Sin embargo todos hemos sido pequeños, hasta ese amasijo de células que tantos aprovechan para matar en el vientre de su madre. Hemos sido muy pequeños, casi informes, pero no nos acordamos.
«Cuando Israel era joven, lo amé, desde Egipto llamé a mi hijo. Cuando lo llamaba, él se alejaba, sacrificaba a los Baales, ofrecía incienso a los ídolos. Yo enseñé a andar a Efraín, lo alzaba en brazos; y él no comprendía que yo lo curaba. Con cuerdas humanas, con correas de amor lo atraía; era para ellos como el que levanta el yugo de la cerviz, me inclinaba y le daba de comer. Se me revuelve el corazón, se me conmueven las entrañas. No cederé al ardor de mi cólera, no volveré a destruir a Efraín; que soy Dios, y no hombre; santo en medio de ti, y no enemigo a la puerta.» No me he podido resistir a poner casi entera la primera lectura. Dios es Dios, y no hombre. Se acuerda perfectamente de lo pequeños que hemos sido y ,ya desde entonces nos amaba. Es santo, no está dispuesto a echarnos en cara nuestras infidelidades, nos ha visto tan pequeños y tan débiles que no puede enfadarse ante nuestras “bravacunadas” y posturas de adolescente rebelde. Cuando Dios nos conoce desde nuestra debilidad comprende que a veces seamos un tanto despegados.
“Lo que habéis recibido gratis, dadlo gratis. No llevéis en la faja oro, plata ni calderilla; ni tampoco alforja para el camino, ni túnica de repuesto, ni sandalias, ni bastón; bien merece el obrero su sustento.” No es que el Señor sea un rácano que quiere ahorrase el equipamiento del perfecto misionero. Es tan sencillo como que cuando no se tiene nada, nada te distrae de tu misión y te das cuenta que das lo que no es tuyo. Cuando uno se da cuenta que Dios te quiere aunque no tengas el templo parroquial más bonito y activo del mundo, es más, cuando tienes el Sagrario metido en una caseta de obra de quince metros cuadrados donde no caben los feligreses y el párroco tiene que ponerse a régimen; que no tienes electricidad, ni aire acondicionado, ni agua, ni adornos que puedan hacer atrayente el ir, entonces te das cuenta que los que vayan irán sólo por el Señor. Y ese es nuestro mayor tesoro. Igual podríamos decir de los casados (¿De qué no prescindirías en tu matrimonio, en tu trabajo, en tu familia?) Si es algo que se pueda contar o guardar en una caja fuerte, es que algo va mal.
María no creció. Delante de Dios es siempre esa niña pequeña, sencilla, humilde, que se fía completamente de todo lo que su Padre Dios quiera de ella y sabe que siempre puede decirle que Sí. Quitemos todo lo que estorba, olvídemonos de la prepotencia y vayamos, sin nada, al encuentro del amor de Dios. Así sólo podremos ir a más.