Jesús da gracias porque ha revelado sus designios a la gente sencilla y no a los sabios y entendidos de este mundo. En primer lugar nos indica que Jesús agradece el designio del Padre, porque a éste (al Padre) le ha parecido mejor. Aquí nos señala un modo de proceder en nuestra vida. Siempre hemos de agradecer lo que Dios dispone. En un comentario anónimo de los primeros siglos se dice: “No dice por qué razón le ha parecido bien, sino únicamente da gracias al Padre porque así le ha parecido bien.” Participar de este gozo de Jesucristo por la realización del plan de Dios, más allá de las previsiones humanas (porque no es lo que nosotros hubiéramos dispuesto), supone un grado muy alto de unión con su corazón. Entender cómo se realiza la salvación deseada por Dios por caminos impensados sólo es posible por una especial iluminación del Espíritu Santo. Aquí no se habla de una resignación de Cristo sino de un auténtico gozo interior porque se realiza la voluntad de Dios como Él quiere.

Este año celebrams el 150 aniversario de las apariciones de la Virgen a Bernardette en Lourdes. Una autora francesa, Maurice Auclair, recogió algunas palabras de la santa que después se han conocido como el Testamento de Bernardette. En una de las frases dice la santa francesa: «Te doy gracias porque si en Lourdes hubiera habido otra niña más pobre y estúpida que y te habría mostrado a ella«. Esas palabras, que nos sorprenden, nos ilustran sobre esa sencillez y pequeñez de la que habla el Señor en el Evangelio. Confunde a los poderosos de este mundo, pero es el terreno abonado para que se manifieste el Señor. Ël se gloria mostrando así su misericordia y revelando su grandeza a los pequeños.

Tras esa introducción Jesús se nos presenta como engarce entre nosotros y Dios. Porque dónde mejor se cumple la voluntad de Dios es en el mismo Jesús, que se hizo humilde para ser recibido por los humildes. Contemplando a Jesús vemos cómo se realiza el plan de Dios y unidos a Él permitimos que la voluntad de Dios se cumpla también en nuestras vidas.

Reconocer la humanidad de Jesús es también un signo de humildad. Aceptar que las palabras de la Biblia, incluso en los textos menos hermosos literariamente, o aceptar la sencillez de los sacramentos es un signo de esa sencillez. Lo mismo podríamos decir de aceptar que Dios se sirva de ministros humanos, en los que reconocemos defectos y limitaciones. Aceptar todo eso forma parte de la sencillez de la que habla el Señor. He conocido personas que, desde la soberbia, se apartaban de la gracia, porque les parecían poco dignos los medios utilizados por Dios. El Señor se abaja hasta nosotros y, nosotros, muchas veces podemos no reconocerlo por la tontería de querer ponernos por encima de Él.

Que María nos enseñe a ser humildes como ella para así poder recibir al Señor y poder gozar de sus bienes.