Dentro de mis actividades pastorales, además de cuidar la mini-parroquia (que ayer estrenamos por segunda vez), voy a ver a unos chavales que han cometido algunos delitos y están privados de libertad (están presos, pero ¡qué bonitos son los eufemismos!). De lo que hablamos me lo callo para mí y para Dios, pero os cuento una impresión. A veces se presentan como “tipos duros,” te tantean, son exquisitamente educados (al menos conmigo), pero cuando vamos hablando a veces les hago una pregunta: ¿lloras?. Y no tienen miedo a decir que sí, sin ñoñerías ni infantilismos. Me parece algo estupendo. Muchos chavales que están en mejores circunstancias paseando libremente por la calle te cuentan sus enfados, sus rebotes, sus peloteras,… y serán incapaces de decirte que lloran. Sacarán a relucir sus derechos, su madurez, la maldad o ignorancia de sus padres , pero ellos s´que son “tipos duros,” de esa generación X que ni siente ni padece. Me fío más de los primeros que de los segundos.
“Palabra del Señor que recibió Jeremías: -«Levántate y baja al taller del alfarero, y allí te comunicaré mi palabra.» Bajé al taller del alfarero, que estaba trabajando en el torno. A veces, le salía mal una vasija de barro que estaba haciendo, y volvía a hacer otra vasija, según le parecía al alfarero. Entonces me vino la palabra del Señor: -«¿Y no podré yo trataros a vosotros, casa de Israel, como este alfarero? -oráculo del Señor-. Mirad: como está el barro en manos del alfarero, así estáis vosotros en mi mano, casa de Israel.” Me perdonaréis que haya puesto la lectura entera, pero tantas veces la habremos cantado con una melodía más o menos cursi que está bien leerla “en frío.” El barro es blando y por eso Dios lo puede moldear y hacer preciosas vasijas en la que contener su Gracia. Los que quieren ser como el hierro, “tipos duros” tendrá que tratarlos como el hierro, ha martillazos y metiéndolos frecuentemente al fuego de la fragua y en agua fría. También el Señor será capaz de hacer con ellos obras de arte, pero lo que les dolerá.
A veces hemos presentado la vida cristiana como el que lo aguanta todo sin inmutarse, lo que muchos llaman resignación. Eso es para los tipos duros. Creo que yo no lo soy. Soy capaz de aguantar el frío o el calor, el cansancio o el aburrimiento, soy menos capaz de aguantar estar tres horas sin fumar. Pero la vida no es aguantar. No hay que esperar que Dios te vapulee en esta vida para premiarte en la otra. Ahora bien, en la vida hay que llorar. llorar es darnos cuenta de nuestros pecados, de lo deformes que nos ponemos ante Dios y, con nuestras lágrimas, ablandarnos para que las manos de Dios puedan trabajar dulcemente nuestro barro. Cuando se llora se tiene mucho ganado. Al tipo duro le parece que Dios le va arrancando lo que más quiere y lo aguanta resignado y tendrá que recibir doscientos golpes antes de soltarlo. El que llora mirará un día su vida y verá la cantidad de cosas, manías, vicios y pecados que Dios ha ido quitando de su vida, y no los echará en falta pues será consciente de la maravilla que Dios va haciendo en su vida .
“Lo mismo sucederá al final del tiempo: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno encendido.” Los tipos duros que se niegan a llorar suelen acabar en el horno. Sinceramente prefiero llorar, aunque no sea muy consciente de todo lo que pierdo cuando estoy lejos de Dios.
No nos extrañan las imágenes de la Virgen dolorosa, tal vez algunas de las más bellas de la iconografía cristiana. María llora por nosotros, ella nos ablanda para que Dios nos trate “como el barro en manos del alfarero” (ahora sí puedes tararear la cancioncilla).