Hoy volveremos a celebrar la Eucaristía en el terreno, bajo el sol. Para quien viene una vez puede parecer simpático, pero ya llevamos dos meses. Aunque cada vez tenemos más práctica siempre cuesta prepararlo todo, es más fácil empezar en el altar de tu parroquia con un sacristán que organice todo, pero como no tenemos templo ni sacristán hay que hacerlo como podemos. Montamos un pequeño toldo para el altar y cada cual trae su silla, su sombrilla o su paraguas o alguna gorra. Los que mejor se lo pasan son los niños, que se pueden pasar toda la Misa jugando y no molestan a nadie. Tal vez hoy seamos menos, esto de las vacaciones se usa todavía bastante. Todo parece complicado hasta que empiezas a celebrar. Entonces me acuerdo del Evangelio de hoy.
“Como se hizo tarde, se acercaron los discípulos a decirle: -«Estamos en despoblado y es muy tarde, despide a la multitud para que vayan a las aldeas y se compren de comer.» Jesús les replicó: -«No hace falta que vayan, dadles vosotros de comer.»” En miles de lugares del mundo, grandes y pequeños, centros de peregrinaciones y aldeas olvidadas, sacerdotes jóvenes y ancianos, conocidos o perfectamente anónimos cumpliremos ese encargo: “Dadles vosotros de comer.” Me acuerdo de una homilía que predicaron cuando yo era un chaval explicando este texto como “el milagro del compartir.” Es decir, Jesús no multiplicó los panes, cada uno sacó su bocata del zurrón y le dio un trozo al de al lado. En esa predicación se sacaba en claro que Dios lo único que hacía era mover los corazones, y poco más (el cura consiguió mover los traseros, era una de las predicaciones más largas que me acuerdo, se ve que se gustaba predicando). Si esto fuera así podríamos cambiar la Misa por una buena página web, o un librito de auto-ayuda (“Ser generoso es maravilloso si sabes cómo” podría ser el título. Es una manera de poner el acento de la celebración en la predicación, así uno va a Misa preguntándose qué sacerdote le tocará hoy, cómo predicará, si será largo o corto y todas esas cosas.
Eso no es la Santa Misa. Hoy el Señor grita en los cinco continentes: «Oíd, sedientos todos, acudid por agua, también los que no tenéis dinero: venid, comprad trigo, comed sin pagar vino y leche de balde. ¿Por qué gastáis dinero en lo que no alimenta, y el salario en lo que no da hartura? Escuchadme atentos, y comeréis bien, saborearéis platos sustanciosos. Inclinad el oído, venid a mí: escuchadme, y viviréis. Sellaré con vosotros alianza perpetua, la promesa que aseguré a David.» y los sacerdotes respondemos a esa invitación consagrando el pan y el vino, haciendo presente a Cristo realmente, que se da por completo, sin guardarse nada. No viene a darnos consejos morales, ni a predicar una ética universal, viene a darse Él mismo. “¿Quién podrá apartarnos del amor de Cristo?” (Como decía nuestro profesor del latín, del amor que nosotros tenemos a Cristo, cualquiera, del amor que Cristo nos tiene, ni aflicción, ni angustia, ni persecución,…), y sólo conocido ese amor cambiaremos de vida. Por eso Jesús sigue haciendo realidad ese mandato: “dadles vosotros de comer.” Cuando hoy vayas a Misa (o vayas a celebrarla), no pienses en el aire acondicionado, en el sueño, en lo que tienes que hacer antes o después; estás respondiendo a una invitación del mismo Espíritu Santo a acercarte al misterio del Amor de Dios, que se hará presente en el altar.
El sábado que viene celebraré como cada año en lo alto de un monte (este año ya llevo entrenamiento de estar al sol), en la ladera hay un pequeño monasterio donde hay un cuadrito de la Virgen tomando la comunión de manos de San Juan. Ojalá pudiésemos comulgar como lo hizo María.