Ayer domingo fue un día largo, a última hora tuve que ir al tanatorio a rezar por un difunto amigo y llegué casi a las doce. Cuando ya me iba a acostar (el despertador suena a las seis), me acorde: ¡el comentario!, así que encendí el ordenador, busqué el Evangelio y es el mismo de ayer, me dieron ganas de cortar y pegar, hace sueño. Pero entonces me he acordado de cómo celebrar la Santa Misa. Ahora celebro varias al día y tengo que hacer que cada una sea única, como si fuese la única que celebro ese día. Creo que las hermanas de la Madre Teresa tienen en sus sacristías un cartel que dice: “Sacerdote de Jesucristo, celebra esta Misa como si fuese tu primera Misa, tu última Misa, tu única Misa.” Ya celebré hace unos meses bastantes Misas solo como para quejarme de celebrar demasiadas Misas y, dadas las circunstancias, a los santos de mis feligreses. Pero Dios es bueno y hoy celebramos al Santo cura de Ars, muy feo (con perdón) pero muy santo, así que el comentario de hoy nos lo hace él. Así dice:
“Consideradlo, hijos míos: el tesoro del hombre cristiano no está en la tierra, sino en el cielo. Por esto, nuestro pensamiento debe estar siempre orientado hacia allí donde está nuestro tesoro.
El hombre tiene un hermoso deber y obligación: orar y amar. Si oráis y amáis, habréis hallado la felicidad en este mundo.
La oración no es otra cosa que la unión con Dios. Todo aquel que tiene el corazón puro y unido a Dios experimenta en sí mismo como una suavidad y dulzura que embriaga, se siente como rodeado de una luz admirable. En esta íntima unión, Dios y el alma son como dos trozos de cera fundidos en uno solo, que ya nadie puede separar. Es algo muy hermoso esta unión de Dios con su pobre criatura; es una felicidad que supera nuestra comprensión.
Nosotros nos habíamos hecho indignos de orar, pero Dios, por su bondad, nos ha permitido hablar con él. Nuestra oración es el incienso que más le agrada.
Hijos míos, vuestro corazón es pequeño, pero la oración lo dilata y lo hace capaz de amar a Dios. La oración una degustación anticipada del cielo, hace que una parte del paraíso baje hasta nosotros. Nunca nos deja sin dulzura; es como una miel que se derrama sobre el alma y lo endulza todo. En la oración hecha debidamente, se funden las penas como la nieve ante el sol.
Otro beneficio de la oración es que hace que el tiempo transcurra tan aprisa y con tanto deleite, que ni se percibe su duración. Mirad: cuando era párroco en Bresse, en cierta ocasión, en que casi todos mis colegas habían caído enfermos, tuve que hacer largas caminatas, durante las cuales oraba al buen Dios, y, creedme, que el tiempo se me hacía corto.
Hay personas que se sumergen totalmente en la oración, como los peces en el agua, porque están totalmente entregadas al buen Dios. Su corazón no está dividido. ¡Cuánto amo a estas almas generosas! San Francisco de Asís y santa Coleta veían a nuestro Señor y hablaban con él, del mismo modo que hablamos entre nosotros.
Nosotros, por el contrario, ¡cuántas veces venimos a la iglesia sin saber lo que hemos de hacer o pedir! Y, sin embargo, cuando vamos a casa de cualquier persona, sabemos muy bien para qué vamos. Hay algunos que incluso parece como si le dijeran al buen Dios: «Sólo dos palabras, para deshacerme de ti..». Muchas veces pienso que, cuando venimos a adorar al Señor, obtendríamos todo lo que le pedimos si se lo pidiéramos con una fe muy viva y un corazón muy puro.” has ta aquí el santo cura, nuestro patrón. ¿Y qué tiene que ver con el Evangelio de hoy? Pues nada y todo, eso lo dejo a tu elección, pero os dejo una pista que tal vez os pase desapercibida: “ Al desembarcar, vio Jesús el gentío, le dio lástima y curó a los enfermos.” Cuando rezamos Dios viene a curarnos, sólo tenemos que no salir corriendo.
Que San Juan María Vianney nos conceda muchos y santos sacerdotes y estos saldrán de la oración de todos, unidos a la Madre de Dios y Madre de todos los presbíteros. (Me voy a dormir)