Hay algo que me preocupa. Ya son unos cuantos años escribiendo comentarios y procuro empezar con una anécdota. Estas son de mi vida, de mis parroquias, de las personas con las que me encuentro, poco a poco me vais conociendo, incluso alguno me ha localizado. Ahora las historietas giran en torno a la mini-parroquia, a los chavales recluidos, al comienzo de tantas cosas nuevas. Yo nunca leo los correos que escribís, no me llegan a mi y no hago esto para que me valoren. Pero la curiosidad humana es insaciable y la cultura del “reality show” está a la orden del día. Me dicen que tengo “feligreses virtuales” que siguen todo lo que pasa en la parroquia. Alguno que me conoce dice: “Sigo tus aventuras.” Entonces me siento mal. Después de dos horas y media de “mini-Exposición” del Santísimo (tan grande como siempre) en la mini-parroquia me doy cuenta de la tentación de que crezca el “yo” y no os deje descubrirle a Él. Si estas líneas no os ayudaran a rezar serían inútiles. Si esta página no os acerca a amar más a Dios sobraría. Pero no sé escribir e otra manera, cuando leáis “yo” o “mi” leer cualquiera. Además como me conozco sé que quien me viese pensaría “ Arrojaré basura sobre ti, haré de ti un espectáculo vergonzoso. Quien te vea se apartará de ti, diciendo: «Desolada está Nínive, ¿quién lo sentirá?; ¿dónde encontrar quien te consuele?” Y ojalá, entonces, se olvide de mi y se encuentre con Jesucristo.
“El que quiera venirse conmigo, que se niegue a si mismo, que cargue con su cruz y me siga.” ¡Qué difícil es la humildad! Por poco que hacemos nos consideramos importantes. Si pienso en mi epitafio sólo se me ocurre: “Hizo muy poco, porque amó muy poco.” Leía esta tarde, ante el Santísimo expuesto, el “Diálogo” de santa Catalina de Siena, donde para dar a entender la grandeza del sacerdocio y la indignidad de sus pecados, describe el don de la Eucaristía. Entonces me sentía muy pequeño, un rato después iba a celebrar la Misa y, en cierta manera, me quedaba grande. Pero esa es mi cruz, creo que la de cualquier sacerdote sincero, consagrar sabiendo que es algo te supera, de lo que no eres digno (lo que la liturgia se encarga de recordarnos). Pero levantas la vista y ves la cruz que preside el altar (aunque en tantas iglesias esté detrás, sin que el sacerdote la vea),, y te das cuenta que esa es la auténtica cruz, donde se hacen presente mis cruces, las tuyas y las de la humanidad entera, también las de los chavales de la cárcel. No entiendo nada de liturgia, simplemente hago lo que pone en las rúbricas, pero ahora se discute en los ambientes clericales si la cruz tiene que estar o no sobre el altar. Puede parecer una barrera para acercarse a la “comunidad” ( a veces se agradece, como la parroquia es tan pequeña en una de las Misas de hoy tenía a una niña pequeña haciendo muecas a 20 centímetros de mi cara durante la consagración, un esfuerzo enorme no soltar una carcajada). Pero también ver la cruz entre delante te ayuda a poner en la patena la cruz de tanta gente, tantas oraciones que te han pedido, tantas desgracias y pecados que has escuchado y cometido, y en esa cruz te acuerdas que estás allí por Jesucristo, no por tus méritos o tus maneras al celebrar.
“¿De qué le sirve a un hombre ganar el mundo entero, si arruina su vida?” Nuestra ganancia es Cristo, nada más. Por eso la Virgen es Madre de los sacerdotes, pues nos mira y ve a Cristo. Nos verá como veía a su Hijo al descender de la cruz: deformes, débiles, sucios, heridos y necesitados; pero su Hijo a fin y al cabo. Cuando recéis por los sacerdotes olvidaos de este o aquel cura y rezar por todos, que falta nos hace.