Prometí que esta semana hablaría de alguno de los libros que estoy leyendo. Ya estoy a punto de acabar la “Trilogía Cósmica” de C.S. Lewis. En los dos primeros libros el protagonista (Ramsom) se ve envuelto en viajes que le llevan a distintos planetas del sistema solar. El tercero transcurre en la tierra, siempre rodeado de “los malos”. El primer planeta es Marte donde conoce un mundo creado antes del pecado original. El segundo es Venus (Perelandra), un mundo recién creado, pero ya después de la creación del hombre y su redención, por eso ese mundo no está habitado por inteligentes, pero bastante feos, personajes, sino por un hombre y una mujer. En ese mundo naciente Ramsom descubre que disfruta de cada una de las cosas que hace, cada alimento es mejor que el anterior porque es el que tiene delante en ese momento y es el que está comiendo. No desea el que comió hace un rato (que le supo maravilloso), ni está pensando en el que comerá después (que le sabrá mejor): el mejor es el que en ese momento disfruta. Cada instante es el más importante y en ese momento se goza.
“¿No se venden un par de gorriones por unos cuartos? Y, sin embargo, ni uno solo cae al suelo sin que lo disponga vuestro Padre. Pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados. Por eso, no tengáis miedo; no hay comparación entre vosotros y los gorriones.” Cuanto más pequeña es mi parroquia más confío en la providencia. Estos días hemos recordado la centralidad de Cristo en nuestra vida; sólo Él salva. Estamos en sus manos, la Iglesia está en sus manos, y está en muy buenas manos. Mirar a Cristo en la cruz, sin nada, nos ayuda a descubrir que en Él se nos ha dado todo. Cuantas menos pre-ocupaciones tenemos, más libres somos. En la vida hay cosas que no podemos decidir (como cuándo me concederán la licencia municipal para poner un prefabricado más grande), luego sólo queda rezar y esperar. Otras cosas las podemos elegir nosotros, como huir de esa tentación que tenemos en un momento dado, y es tan sencillo como huir. Nada ganamos pensando lo que sería si cayésemos (ya lo sabemos), y nada lamentándonos de nuestras debilidades (también las sabemos). En cada momento es cuando decides si quieres vivir en Gracia o alejarte de Dios, si quieres seguir llorando por tus flaquezas o recurrir a la fuente de la misericordia que es la confesión. Hay que disfrutar de cada instante y aprovecharlo a fondo.
“No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma. No, temed al que puede destruir con el fuego alma y cuerpo.” El día que termine nuestra peregrinación por este mundo simplemente tendremos que recordar “la compasión del Señor y su misericordia eterna, que libra a los que se acogen a él y los rescata de todo mal” y acogernos a sus brazos. Pero si nos dejamos llevar por los que pueden matar el alma estaremos preocupados por si estamos bastante preparados, si daremos una buena imagen ante Dios, si habremos hecho bastante o podremos hacer más… es decir, estaremos preocupados por nosotros y, por lo tanto, demasiado ocupados para disfrutar de Dios y que Dios disfrute con nosotros.
La Virgen confía plenamente en Dios, por eso nos lleva hasta sus manos, nos enseña a confiar y a decir en cada instante: “Hágase.”