“Para muchos Dios se ha convertido en el gran desconocido.” Con este titular abren algunos de los periódicos que tratan la vista del Papa a Francia (otros ni lo mencionan). Ciertamente el diálogo sobre Dios casi ha desaparecido en nuestra cultura occidental (se habla de curas, monjas, Obispos,etc., pero casi nada de Dios), y para una mayoría el diálogo con Dios (la oración) es casi desconocido. Hasta en los ambientes culturales y filosóficos el diálogo sobre Dios se despacha con una frase más o menos hiriente, pero se profundiza poco. A pesar de estar llenos de palabras nos estamos olvidando de la Palabra, la de Dios, la única realmente importante, la definitiva.
“El que es bueno, de la bondad que atesora en su corazón saca el bien, y el que es malo, de la maldad saca el mal; porque lo que rebosa del corazón, lo habla la boca. ¿Por qué me llamáis «Señor, Señor», y no hacéis lo que digo?” No es nuestro trabajo el ponernos a juzgar a las personas, eso se lo dejamos a Dios, pero si podemos echar un vistazo a nuestra sociedad y ver sus frutos:
-Se quiere ampliar la ley del aborto, que ya es una ley de muerte.
-Se quiere instaurar la eutanasia o “suicidio asistido” para acabar con la vida de los económicamente no viables (en el fondo es un tema económico).
-Crece la diferencia entre ricos y pobres.
-Las familias se dividen y el amor no pasa de ser un sentimiento pasajero.
-La mentira se admite como un recurso válido.
-El individualismo crece, ya no nos sentimos responsables de los demás.
-Miramos a los emigrantes, pero no hacemos nada por ayudar a crecer a sus países.
-Puedes seguir poniendo lo que se te ocurra…
Desde luego no es un balance muy positivo, pero cuando Dios se convierte en un desconocido, en una simple palabra sin contenido que no implica el enamorarnos de Él, conocerlo y cambiar de vida, entonces una sociedad se vuelve egoísta. Si los únicos que nos juzgarán son los magistrados ya haremos lo posible por comprar a los jueces. Esa sociedad y esa vida dura poco: “ El que escucha y no pone por obra se parece a uno que edificó una casa sobre tierra, sin cimiento; arremetió contra ella el río, y en seguida se derrumbó y quedó hecha una gran ruina.”
Pero, gracias a Dios, también hay muchas personas buenas, enamoradas de Dios, que desde una vida sencilla y humilde, o algunos en cargos más relevantes, dan muy buen fruto. Los periódicos lo silenciarán, se procurará mirar hacia otro lado, pero ahí están. Son para cada uno de nosotros un acicate, un impulso, una esperanza. En la parroquia me encuentro matrimonios heroicos, jóvenes valientes, niños realmente piadosos y ancianitos llenos de esperanza. Esos hacen que el mundo sea mejor, me hacen a mi ser mejor, y nos muestran el auténtico rostro de Dios revelado en Jesucristo.
Vamos a pedirle este sábado a nuestra Madre la Virgen que, dejando al Espíritu Santo actuar en nuestra vida, consigamos que Dios deje de ser ese desconocido y que de la abundancia de nuestro corazón hable nuestra boca.