Todavía no se ha casado nadie en la parroquia. Sinceramente no sé por qué. ¿Quién querría invita a más de once personas a su boda? Y once caben (trece ya no, pero dicen que es un mal número). Bodas ya he hecho unas cuantas en mi vida e incluso a algunos actuales feligreses (pero hemos tenido que ir a otra parroquia. ¡Los muy traidores!). Cuando preparas la ceremonia muchos preguntan por la primera lectura de hoy (esa del amor), sin pensar que San Pablo en lo que menos pensaba era en convertirse en el best seller de las bodas, menos mal que es muy predicable. La lectura comienza donde acabó ayer, y San Pablo no estaba hablando de Patricio y Efigenia (que tanto se quieren, por otra parte), sino de la Iglesia. El carisma (si se puede llamar así), al que todos estamos llamados es al amor, reflejo del amor de Cristo a la Iglesia.
Cuando en las acciones eclesiales falta el amor de Dios y prima la efectividad, los números, las estadísticas y los resultados entonces somos como esos niños en la plaza que “ gritan a otros: «Tocarnos la flauta y no bailáis, cantamos lamentaciones y no lloráis.” No nos hemos enterado de nada. Podremos hacer cuarenta mil organizaciones, ochocientos encuentros y mil cincuenta congresos, pero si la caridad no prima, entonces son un “bluf,” aire, vacío, nada. No s dedicaremos a lanzarnos las estadísticas unos a otros y a presentar la mejor cuenta de resultados, ya que “vino Juan el Bautista, que ni comía ni bebía, y dijisteis que tenla un demonio; viene el Hijo del hombre, que come y bebe, y decís: «Mirad qué comilón y qué borracho, amigo de publicanos y pecadores.» Sin embargo, los discípulos de la sabiduría le han dado la razón.” La razón es que Dios hace lo grande en lo pequeño, saca fruto del humilde y demuestra su poder en los débiles.
El amor es una palabra tan repetida y tan manoseada que puede parecer vacía. Una palabra que se identifica con la dulzura, la blandenguería, los suspiros de España y las palabritas en la oreja. No, nada más lejos de la realidad. Por amor el sacerdote se levanta temprano para prepararse para la Misa y estar a disposición de sus fieles, a pesar del cansancio, del sueño o las dificultades. Por amor los padres de familia se dejan la vida en un trabajo más o menos grato para no tener que negarles lo más importante a sus hijos. Por amor se mortifica una religiosa de clausura en el silencio de su celda. Por amor se entrega y se pierde la vida sin pedir compensaciones. Por amor se es casto en un mundo que desprecia tanto la sexualidad que la usa de cualquier manera. Por amor se saca adelante un matrimonio a pesar de que la rutina puede empezar a abrir la puerta. Por amor dejamos que cambien nuestros planes y permitimos que nos interrumpan. Por amor se anuncia el Evangelio y la doctrina de la Iglesia sin recortes ni silencios. Por amor se evangeliza y por amor se levanta al que se ha caído, por muy bajo que haya caído. Por amor aceptamos la crítica e incluso la sorna de los demás que nos miran con condescendencia. Por amor nos levantamos de nuestra fragilidad y volvemos a nuestro Padre del cielo. Por amor reconocemos nuestros errores y pedimos perdón por nuestros pecados. Por amor amamos, aunque como Teresa de Calcuta, nos sintamos rechazados por el Amor.
¿Una lectura sólo para las bodas? No creo. Más bien una lectura para leer ante el crucifijo y con la imagen de la Virgen en pie, por amor, al lado de la Cruz.