Es sábado. Y la sombra de aquel Sábado Santo se posa hoy sobre la mañana, llena de tristeza y de gozosa esperanza. María se ha quedado sola, y a solas cree, a solas espera, a solas llora. Sus lágrimas llegan hasta nosotros:

Toda mi progenie, el Hijo para quien viví, el Tesoro de mi Corazón, ha sido desterrado de este mundo. Y, junto con Él, se han ido los demás: Simón, Andrés, Bartolomé, Tadeo… todos han huido, y estoy sola.

En Belén, en Egipto, en Nazareth, mi vida estaba llena de luz… La Luz vivía en mi casa. Yo crié a la Luz entre abrazos y besos de Madre… Ayer lo despedí entre lágrimas de fuego, y mis mejillas todavía se abrasan.

Primero murió José; el compañero de mi vida en esta tierra se marchó, y yo quedé viuda. Pero aún lo tenía a Él. Y, aunque estaba lejos tantas veces, nunca me sentí sola. Hoy, ni tan siquiera a Él lo tengo; todos me han abandonado, y mis lágrimas no pueden verterse si no es en el abismo de ese Dios ahora oscuro.

Han sido mis hijos, los hombres, quienes, con sus pecados, han alejado de mí al Fruto de mi vientre y la Alegría de mi vida. Han sido mis hijos, ay, mis hijos que tanto me duelen…

¡Hijos míos! ¡No nos demos por vencidos! El Príncipe de las tinieblas no puede haber ganado este combate. Arrepentíos, gritad a Dios, que Él, que es la Misericordia misma, se acordará de vosotros y sabrá miraros con cariño. ¿Qué esperáis? ¡Gritad a Dios, pedid perdón!

Del mismo modo que fuisteis constantes para pecar, sedlo ahora para volver a Dios… ¡Qué digo del mismo modo! ¡Sed ahora más fuertes! Empeñaos en convertiros el doble de cuanto ayer os empeñasteis en pecar… Volved a buscad al Señor, volved al Calvario… Y lo encontraréis.

«¡Dichosos los ojos que ven lo que vosotros veis! Porque os digo que muchos profetas y reyes desearon ver lo que veis vosotros, y no lo vieron; y oír lo que oís, y no lo oyeron». Esta es la esperanza que nos pone el Evangelio de hoy y que, de una manera especial, nos hace reconciliarlo todo, de la misma manera que María, la Virgen, se reconcilió con cada uno de nosotros asumiendo, junto a la maternidad divina, porque esperó y vio, ser madre de todos los hombres… Si, contritos y humillados, volvéis al Gólgota, (dirá la Virgen), al lugar de la Cruz, quien allí os envió desgracias y soledades os devolverá (¡Nos devolverá!), resucitado, al Salvador. No lo dudéis; Dios nunca faltó a sus promesas. Tomad, por tanto, mi mano, y encaminémonos de nuevo al Calvario. Si no os separáis de mí, mañana por la mañana llegaremos, antes de que salga el sol… Y ya habrá amanecido para no atardecer jamás.