Flp 2,12-18; Sal 26 y Lc 14,25-33

¡Menudo ejemplo de comportamiento! Toda una ética del amejoramiento se dibuja en el paradigma asombroso del himno de ayer. Busquemos ser como él. ¿Podremos? Si hacemos que el Señor sea nuestra luz y nuestra salvación, entonces, sí. ¿Podremos llevar su cruz y seguirle, dejándolo todo, padre y madre, mujer e hijos, hermanos y hermanas? Sólo renunciando a todos nuestros bienes, a todos nuestros sueños podremos ser discípulos suyos. ¿Locura insensata? Quizá sí.

¿Qué haremos? Seguir actuando nuestra salvación escrupulosamente, continúa Pablo, como lo hacían cuando estaba con ellos, dice a amigos e hijos. Entonces, junto con él, todo parecía fácil. Pero, prosigue, mucho más hacedero es ahora cuando ya no está. ¿Cómo es posible?, ¿no se trata de una pura contradicción? ¿Dónde y en quién pondrán ahora su confianza, la seguridad del apoyo que les haga posible el comportamiento que los amejore, justamente cuando quien parecía ser el puntal de su comportamiento les ha dejado solos? Dios mismo, nos dice Pablo, realiza en nosotros su designio de amor. De ahí que podamos hacer realidad nuestra salvación, aunque, ciertamente, lo hagamos con temor y temblor. De otro modo, sea quien quiera que esté junto a nosotros, sin que sea Dios quien lo realice en nosotros, nada podremos en nuestro hacer. De él depende nuestro querer y él hace que ese querer se haga verdadera actividad en nosotros.

Dios trabaja en nosotros el querer y el hacer. Si es así, ¿qué hacemos nosotros?, ¿no es superfluo decirnos que obremos nuestra propia salvación?, ¿somos autónomos y libres? En la historia de la Iglesia ha habido problemas con lo que dice Pablo, por ejemplo, en la época de la Reforma. Problemas ya superados por parte de unos y otros. ¿Excluye la obra de la gracia de Dios la acción humana? Dios obra todo, el querer y el obrar, como sostiene san Pablo aquí y siempre; mas, afirma la Declaración conjunta de representantes de la Iglesia católica y de la Federación luterana firmada en octubre de 1999, el justificado tiene la responsabilidad de no desperdiciar esta gracia y de vivir en ella.

¿Somos nosotros los que nos movemos hacia Dios?, el pecado nos lo impide, estamos inmersos en él, sofocados por él. La salvación se nos da en Cristo Jesús que murió en la cruz por nosotros, para librarnos del pecado y conducirnos a quien ahora podemos llamar Padre; para que su gracia y su misericordia inicie y complete en nosotros el querer y el hacer. ¿Podremos impedirlo? Sí, claro, somos libres. Podemos desperdiciar la gracia que se nos ofrece y empeñarnos en no querer vivir en ella.

Pablo sabe por experiencia que lejos de hacernos individuos sometidos a quien le visita, la gracia divina nos libera de todo lo que nos retendrá cautivos del pecado y de sus concupiscencias. ¿Cómo cooperaremos a la obra salvífica de Dios en nosotros? Ahí está el problema, si hubiere problema. Actuar también nosotros en todo sin protestas ni discusiones, nos exhorta. ¿Habrá contradicción entre un sentido crítico real y, aparentemente, una obediencia ciega? Pablo no nos pide dejar todo sentido crítico, sino embarcarnos también nosotros en una total confianza en Dios, puesto que la fe es una aventura sin retorno, radical, a la que san Pablo invita simple y afectuosamente a los lectores de su carta, nosotros. La fe ofrece a Dios una vida en todas sus dimensiones; un sacrificio que se celebra en lo cotidiano de nuestras vidas, pues todos nuestros pensamientos y acciones devienen acción de gracias.