3Jn 5-8; Sal 111; Lc 18, 1-11

«En la misma ciudad había una viuda que solía ir a decirle: «Hazme justicia frente a mi adversario»». La frase final de la parábola («Pero cuando venga el Hijo del Hombre»…) nos da la clave de su interpretación. Jesús está hablando acerca de su segunda venida. La viuda es la Iglesia, separada temporalmente de Cristo, su Esposo, que ascendió a los Cielos. El adversario es el Diablo, que golpea a la Iglesia con tentaciones y sufrimientos incesantes. La justicia que la viuda reclama es la Segunda Venida del Señor como juez de vivos y muertos, cuando acabará definitivamente con el poder de Satanás sobre los hombres. El juez, sin embargo, no es Cristo. Se trata de un imaginario juez apático, un funcionariete de la toga que no tiene prisa pero que acaba cediendo para esquivar la insistencia cargante de aquella mujer. El razonamiento final no deja lugar a dudas: si hasta un juez apático e indiferente resultaría vencido por la insistencia de la Iglesia, ¿cómo no se rendirá el propio Jesús, que ama a Dios y ha dado su Vida por los hombres, ante los requerimientos de su Esposa?

«Pero cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?». Jesús dará la talla y cumplirá su parte; no hay duda. Se portará, como se ha portado siempre, con misericordia entrañable ante su rebaño. El problema es si daremos la talla nosotros; si estaremos a la altura de esa viuda que importunaba al funcionario… No estoy hablando de virtud; estoy hablando de deseos. No sé si la viuda era virtuosa o no. Sé que era un «latazo» de señora, y deduzco que estaba muy molesta con las insidias de aquel adversario. Fuera quien fuese, no la dejaba vivir en paz, y ella, a su vez, no dejaba vivir en paz al funcionario.

Me estoy preguntando si los cristianos, en pleno siglo XXI, importunamos a Jesús día y noche pidiendo su Segunda Venida; si la deseamos con las mismas ansias con que aquella mujer deseaba la justicia. No lo hacemos. Dejamos al Señor tranquilo en el Cielo, porque quizá nosotros estamos demasiado «tranquilos» en la Tierra. El Demonio no nos molesta en exceso, y, en todo caso, no nos hace la vida imposible hasta el punto de pedir la aparición del Juez, porque le hemos dado gran parte de lo que pedía a cambio de sus bagatelas. Hemos hecho compatible ser cristianos con vivir rodeados de comodidades, hemos renunciado al proselitismo en nombre del derecho a la intimidad de las personas, hemos inventado la «confesión directa» de los pecados, sin sacerdote de por medio, hemos convertido la lujuria en una diversión disculpable, y la misa una vez a la semana es perfectamente llevadera… ¿A quién le molesta el Demonio? Si nos hablan de la Segunda Venida de Cristo, rápidamente pensamos en el fin del mundo (con todas nuestras cosas) y preferimos no estar aquí cuando suceda.

Que la Santísima Virgen nos ayude a recuperar el espíritu de la viuda… Y no me estoy refiriendo a los mantecados, precisamente.