Ap 1, 1-4. 2, 1-5a; Sal 1; Lc 18, 35-43

«Recuerda de dónde has caído»… Son palabras que deberían llenar la Historia, grabarse en todos y cada uno de los corazones, remover, una por una, las almas de los hombres y suscitar lágrimas que inundasen la Tierra. Caer desde lo alto es duro, muy duro. Pero peor es quedarse en el suelo y revolcarse en el fango, olvidar que se estuvo en pie, negar ante uno mismo que se llegó a volar muy alto y pasar el resto de la vida comiendo tierra y mordiendo el polvo hasta que sepa bien.

El ciego del evangelio no quiso olvidar que una vez vio, y por eso le dolía su ceguera. Al dirigirse a Jesús, sus palabras están llenas de melancolía: «Señor, que vea otra vez»… A lo largo de los años que durase aquella ceguera, ese hombre no había podido olvidar el rostro de sus padres, el de sus hermanos, el brillo del amanecer o el color de los campos en otoño. Vivía con el dolor de esos recuerdos clavado en el alma, y al escuchar que pasaba Jesús se apoderó de él una sola obsesión: volver a abrir los ojos, volver a gozar de lo que hace años perdió… «Tu fe te ha curado», le dice Jesús. Y con razón. ¿Imagináis lo que habría sido de aquel ciego si un día se hubiera conformado con su ceguera, si se hubiera convencido a sí mismo de que nada hay que ver en el mundo que merezca la pena, si hubiera despreciado sus recuerdos como un engaño, y se hubiera sentido afortunado por ser ciego? Jamás habría recuperado la vista, y ese Jesús que pasaba a su lado no habría significado nada para él.

«Sí, sí, padre, si yo ya hice ejercicios espirituales de joven, y sentí cosas maravillosas, y rezaba todos los días y comulgaba con frecuencia y… Pero aquello ya pasó. No funcionó, ¿sabe? Se ve que no iba conmigo, que yo no tenía madera de santo»… ¡Pobre imbécil! ¿Acaso eres ahora la mitad de feliz de lo que fuiste entonces?
No te acuerdas, ¿verdad? O, mejor, no quieres acordarte. Has preferido tener aquellos años por un desvarío juvenil. No puedo hacer nada por ti. Vuelve cuando te duela. »

Recuerda de dónde has caído».

«¡Claro que me casé enamorado! Y fui feliz durante los primeros años de matrimonio. Pero luego, usted ya sabe, padre, las personas cambian. Los jóvenes viven de sus sueños, gozan y disfrutan hasta que se dan de bruces con la realidad. Aquello pasó y no tiene vuelta atrás. Mi matrimonio está roto para siempre»… Lo que está rota es tu alma. Le has cortado las alas y la has llenado de escoria. Has renunciado al cariño, «has abandonado el amor primero» y tu mal no tiene remedio hasta que no te duela lo que fuiste y ya no eres. ¿Acaso no es Dios poderoso para hacerte volar incluso más alto de lo que entonces volabas? «Recuerda de dónde has caído».

Que la Santísima Virgen nos despierte la memoria. Venimos de Dios, le pertenecemos a Él, y no debemos descansar hasta volver a Él. Quien se sienta de la tierra, está perdido.