Al meditar el Evangelio de hoy acude a nuestra memoria el recuerdo de aquellos cuentos en los que un rey se disfraza para recorrer de incógnito su país y conocer así, de verdad, la condición y actitud de sus súbditos. Ese rey escondido quiere probar la verdad del amor y fidelidad de los ciudadanos. Jesucristo, que ya conoce nuestro interior, se nos acerca a través de los indigentes no para probarnos sino para darnos la oportunidad de servirle. No hay trampa porque Él mismo nos advierte de su presencia en los más necesitados. El relato de hoy lo repite hasta cuatro veces, para que quede claro. Lo hace al recibir a los benditos y al despedir a los que no merecen misericordia. Y dos veces más al responder a las respectivas preguntas tanto de los que han obrado bien como de los que lo han hecho mal. Insiste para que no haya dudas y, dos mil años más tarde, tenemos que volver a preguntarnos si de verdad lo hemos entendido.

Hay dos temas. El primero es que verdaderamente Jesucristo es Rey. Y es su voluntad que su realeza sea reconocida. A pesar de las prevenciones de muchos, no puede haber Rey mejor que Jesucristo. Eso significa que nuestro mayor deseo ha de ser servirle a Él y trabajar por su reinado. Cuánto más se reconozca la soberanía de Jesucristo, tanto a nivel individual como social, mejor será la vida de los hombres. Sobre ello no cabe la menor duda. Porque en Jesús se esclarece de forma definitiva el misterio del hombre. Por eso, en la segunda lectura de hoy dice que Cristo tiene que reinar. Por eso recuerda también el Catecismo que “el hombre no debe someter su libertad personal, de modo absoluto, a ningún poder terrenal, sino sólo a Dios Padre y al Señor Jesucristo” (n. 450).

El segundo tema es que el Reino de Cristo no es al modo de los reinos de este mundo. De hecho, recuerda el Catecismo que Jesucristo “reina ya por la Iglesia, pero todavía no le están sometidas todas las cosas de este mundo” (n. 680). Por eso los cristianos rezamos, especialmente en la celebración de la Eucaristía, pidiendo que venga cuanto antes su Reino, en plenitud. Y, en nuestra vida trabajamos por el Reino. La divisa “servir es reinar”, tal como muestra la parábola del Evangelio de hoy, es el lema de todo cristiano. De ahí que la colaboración para que venga el Reino de Cristo se realiza en nosotros mediante el ejercicio de la caridad en todas sus vertientes. El Evangelio de hoy hace referencia a las obras corporales de misericordia. Podemos añadir las espirituales y todas aquellas cosas que nos unen más a Dios. Siendo un Reino de Amor se abre paso en el mundo a través de la misericordia, dispensada principalmente, por los sacramentos que administra la Iglesia.

Vivimos tiempos difíciles en los que se atenta de forma grave contra la dignidad del hombre y se desprecian de forma ostensible los derechos de Dios. Por ello es muy importante que nosotros no olvidemos la realeza de Cristo. Jesús nos llama con voz dulce a su lado para trabajar por su Reino que, como dice el prefacio de la Misa de hoy es: “el reino de la verdad y la vida, el reino de la santidad y la gracia, el reino de la justicia, el amor y la paz”. No se me ocurre nada más grande a lo que valga la pena consagrar toda la vida.