Ayer, después del frío de la Misa de la mañana en la calle, al llegar la tarde, hice algo que hacía tiempo que no hacía. Después de dar la catequesis en el centro de menores, llevar la comunión a un enfermo y acabar los ratos de oración que tenía pendientes, aún me quedaban 45 minutos hasta la Misa. Así que en nuestra caseta, muy cerca del Sagrario (es difícil estar lejos), me puse los cascos y me puse a escuchar música. Alguno que entraba a hacer una visita al Santísimo pensó que estaba estaría escuchando algún libro religioso, música espiritual o algo de lo que se piensa que hay que escuchar delante del Santísimo. La verdad es que estaba escuchando Estopa, Melendi y la banda sonora de Shrek, que es lo que tenía a mano. Comprendo que el nivel cultural es deprimente, pero me entretenía escuchar esa música delante de Dios y comentarla con Él (a tararear no me atrevo ni estando solo, menos aún delante del Santísimo). A alguno le parecerá irreverente, pero en la calle hacía frío y no creo que pudiera tener mejor compañía para descansar la cabeza un rato (y las piernas). Además a Dios no le hay nada ajeno a nosotros y, si tenemos parcelas de nuestra vida que no podamos hacer delante de Dios, mal asunto.
“El centurión le replicó: – «Señor, no soy quien para que entres bajo mi techo. Basta que lo digas de palabra, y m¡ criado quedará sano. Porque yo también vivo bajo disciplina y tengo soldados a mis órdenes; y le digo a uno: «Ve», y va; al otro: «Ven», y viene; a mi criado: «Haz esto», y lo hace.»” Para mucho pacifista de pacotilla sería escandaloso el dirigirse a Jesús en lenguaje militar. Sin embargo Jesús “quedó admirado” e hizo una alabanza del centurión. Cuando nos dirigimos a Dios si tenemos que buscar las palabras es que estamos rezando mal. Dios escucha al camionero como camionero, a la verdulera como verdulera y al catedrático como catedrático. No nos importe dirigirnos a Dios con nuestro lenguaje, sin buscar fórmulas precisas. Cuando estamos tristes o depresivos, hablaremos tristemente a Dios y cuando estemos eufóricos le hablaremos llenos de alegría y optimismo. Ante Dios no tenemos que disimular ni ser quienes no somos. Poco le importa al Señor una palabrota o un “cáspita” si le hablamos desde el corazón. Y cuando no sepas qué decir entonces usa sus palabras y dile un padrenuestro, o de la mano de María musita un avemaría.
Como se dice de tantas cosas, el peor rato de oración es el que no se hace. Ya se encargará el Espíritu Santo de ir afinando nuestros afectos, nuestras palabras y nuestras expresiones, pero mientras lo hace, sé tú mismo. Mientras seas tú el Señor te dirá: “Voy yo” y te curará. Si intentamos escribir a Dios una instancia, educadísima pero falsa, lo más seguro es que acabe en el cesto de los papeles. En la oración hay que evitar las distracciones, pero nada te impide comentar con Dios una película, cantarle una canción o contarle lo nervioso que te pone tu suegra (que ya le contará tu suegra lo nerviosa que le pone su yerno). Cualquier lenguaje es válido para hablar con Dios, excepto el no querer hablar con Él.
¿Como hablaría y de qué la Virgen con su Hijo? De todo y con toda confianza. Esa es una buena lección.