Por fin, ¡ya está!, la caseta y, al lado y casi más grande, una máquina excavadora. Empiezan mañana a instalar el otro barracón (perdón, estructura modular), que estará hasta que podamos construir el templo definitivo. Dos o tres semanas más y ya no habrá que celebrar en la calle, ni confesar paseando que ahora ponía penitencia con sabañones. La alegría que nos ha dado a todos ver a excavadora, después de año y medio de gestiones empezamos a ver el comienzo del comienzo. Las alegrías suelen llegar por el lugar menos esperado.
“En aquel tiempo, lleno de la alegría del Espíritu- Santo, exclamó Jesús: – «Te doy gracias, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y a los entendidos, y las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, porque así te ha parecido bien. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce quién es el Hijo, sino el Padre; ni quién es el Padre, sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiere revelar.»” Jesús estalla de alegría, me gusta pensarlo. Mirando a mi alrededor a veces pienso que está prohibido alegrarse. Hay crisis económica, mil problemas distintos, la gente importante suele ser gente “seria” y para parecer importante hay que ser serio y sesudo. Si ves a alguien que refleje felicidad parece que es un loco o un tarado, se le mira con desconfianza. La radio, la televisión, Internet, nos ofrecen reflexiones muy profundas y, casi siempre, desesperanzadas. ¡Todo está mal! Entonces: ¿Por qué sonríes?.
Hoy sería un día estupendo para sonreír, para regalarle algo al mundo aunque no lo pida. Dará igual que los demás no lo entiendan. Tu y yo sí sabemos por qué sonreímos. El Señor volverá y nos encontrará aquí, haciendo lo que tenemos que hacer. Alegres pues el Espíritu Santo es Espíritu de alegría, de confianza, de paz. Tal vez no tengamos dinero, pero no creemos que el dinero nos salve. A lo mejor casi nadie nos aprecia, pero sabemos que nuestro Padre Dios nos quiere. Seguramente hoy comentan una injusticia con nosotros, pero nosotros trataremos a los demás como hijos de Dios. Es posible que hoy nos miren todos con ojos tristes, pero podemos regalarles una sonrisa. ¿Por qué hacerlo? Por que “aquel día, brotará un renuevo del tronco de Jesé, y de su raíz florecerá un vástago. Sobre él se posará el espíritu del Señor: espíritu de prudencia y sabiduría, espíritu de consejo y valentía, espíritu de ciencia y temor del Señor. Le inspirará el temor del Señor. No juzgará por apariencias ni sentenciará sólo de oídas; juzgará a los pobres con justicia, con rectitud a los desamparados. Herirá al violento con la vara de su boca, y al malvado con el aliento de sus labios. La justicia será cinturón de sus lomos, y la lealtad, cinturón de sus caderas.” Sea hoy, mañana o dentro de dos mil años más, el Señor viene y Él es el único que importa, y -justamente por eso-, son importantes todos los demás. Lo que el mundo llama fundamental no se fundamenta sobre nada, tal vez la sonrisa que hoy dediques a alguien, una palabra amable o un gesto de comprensión sea más fundamental que tantas cosas sin fundamento.
Nuestra Madre la Virgen, en medio de su nada, puede proclamar la grandeza del Señor. Tal vez hoy pases al lado de una máquina excavadora y te des cuenta que eso que te preocupa tanto no necesita tanta preocupación y, tal vez, se te dibuje en el rostro una sonrisa.