Hoy domingo no deberíamos hablar de la crisis, ya lo harán los diarios. Existe la costumbre en mucho sitios de dar doble paga por Navidad, por lo que nos lanzamos a hacer el doble de gasto. El comercio no es tonto y cuando se recibe doble paga se apresuran a rascarnos los bolsillos, ya sea con las rebajas de verano o con las compras de Navidad. El resultado es que la cuenta bancaria tiene una alegría de muy corta duración, y después vienen los agobios. Habitualmente cuanto más se tiene más se gasta. El día de la lotería de Navidad siempre dicen los agraciados: “taparé unos agujerillos,” y nos pasamos la vida saldando deudas. Cuando uno consigue pagar la casa, el coche, el colegio de los niños y la televisión esa que compraste a plazos parece que se libera…, y se lanza a endeudarse en otra cosa.
«Consolad, consolad a mi pueblo, -dice vuestro Dios-; hablad al corazón de Jerusalén, gritadle, que se ha cumplido su servicio, y está pagado su crimen, pues de la mano del Señor ha recibido doble paga por sus pecados.» Consolad, consolad a vuestros amigos, a vuestra familia, a vuestros enemigos. Habladles al corazón y decirles que su cuenta ha sido saldada. Parece que a veces tenemos que hacer mil cosas para que el Señor venga, como si viniese a cobrar una factura impagada y se retrasase esperando que juntemos el montante suficiente. No, el Señor Dios ya se ha cobrado su factura, ¡y de qué forma!. No sólo ha justificado al hombre sino que lo ha hecho hijo suyo. Por eso el Señor parece que se retrasa, pero no porque le debamos lo suyo, sino que “ el Señor no tarda en cumplir su promesa, como creen algunos. Lo que ocurre es que tiene mucha paciencia con vosotros, porque no quiere que nadie perezca, sino que todos se conviertan”. No está esperando que le preparemos un mundo mejor -sostenible, se dice ahora-, pues Él lo ha creado, lo ha justificado y lo ha redimido. ¿Qué podríamos mejorar nosotros?.
Cuenta un canta-autor argentino que una vez que le presentaron a su madre al presidente de la nación, el presidente cortésmente le dijo: “Si puedo ayudarla en algo no dude en decírmelo”. A lo que la madre contestó: “Con que no me fastidie es bastante”. (No dijo “fastidie”, pero esta es una página de la Diócesis). En cierta forma Dios nos dice lo mismo: “Con que no fastidiemos el Reino de Dios ya hacemos bastante”. Y lo fastidiamos con nuestros pecados, con nuestra soberbia, nuestra autosuficiencia, nuestro orgullo, nuestras manías y con todos nuestros pecados. Los creemos muy nuestros y -sin duda con un tanto de prepotencia-, creemos que estamos retrasando la salvación. ¡Pero si Dios ya se ha cobrado por tus pecados la sangre de su Hijo! Nos llenamos tanto de nosotros mismos que nos dedicamos a hablar de nuestro pecado, de lo malos que somos (y lo malísimos que son los demás), y se nos olvida hablar de Dios, nuestro Padre; de su Hijo, nuestro redentor; del Espíritu Santo que nos santifica.
Ojalá fuésemos como Juan Bautista. Se dedicó a predicar en medio del desierto, pero no se anunciaba a sí mismo, «Detrás de mí viene el que puede más que yo, y yo no merezco agacharme para desatarle las sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo.» Y aunque en la cárcel tuvo que mandar a sus discípulos a preguntar a Jesús si era Él el que tenía que venir o tenían que esperar a otro, lo que hizo fue no poner obstáculos y anunciar al que tenía que venir. Bastante haremos si no ponemos tropiezos al Señor que viene, y mucho mejor si allanamos sus senderos, hacemos que muchos bajen la testuz de su prepotencia y acojan con un corazón abierto y generoso la salvación que les viene de Cristo.
Ya no tenemos deudas, en Cristo todas han sido saldadas. La Virgen derrocha generosamente esa paga “extra” cada día de nuestra vida. Preparando la fiesta de mañana acudamos a ella y pidámosle que “con que no fastidiemos, será bastante”.