En ocasiones hay algo que merece toda tu atención, ante lo cual todo lo demás queda en un segundo plano. A veces es un espectáculo grandioso, que llama la atención de multitud de personas que lo contemplan admirados. Pero en otras ocasiones es un acontecimiento pequeño, muy pequeño (no por ello menos grandioso), en el que te quedas ensimismado, absorto, apartado de lo que te rodea, concentrado en la magnificencia de lo pequeño. Un ejemplo del primer caso puede ser la erupción de un volcán, del segundo la delicadeza de una tela de araña. Grande o pequeño absorbe toda nuestra atención y concentra nuestra mirada en un punto.
Hoy la Iglesia mira a María (siempre lo hace, pero hoy absorbe toda nuestra atención), y la contemplamos como un espectáculo grandioso: «No temas, María, porque has encontrado gracia ante Dios. Concebirás en tu vientre y darás a luz un hijo, y le pondrás por nombre Jesús. Será grande, se llamará Hijo del Altísimo, el Señor Dios le dará el trono de David, su padre, reinará sobre la casa de Jacob para siempre, y su reino no tendrá fin.» La grandeza del plan de Dios sobre toda la humanidad que, discretamente, preparó la Inmaculada Concepción de la Virgen para prepararse una voluntad dispuesta a decir siempre Sí a Dios. Todos habíamos sido encerrados en el pecado, pero María -por los méritos de Cristo-, es liberada de esa esa esclavitud y, por ello, su mirada a Dios es completamente distinta de la nuestra. Nosotros miramos a Dios, en algunas ocasiones, como un tirano, como quien fastidia nuestra libertad. María lo mira como el Señor, que puede hacer de su vida lo que quiera pues todo lo ha recibido y se pone en manos de Aquel que sabe que la quiere más que ella misma. La mirada, la escucha, la esperanza que María tiene en su Señor la capacita a decir su Sí a la salvación de todos los hombres. “Él nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor”.
Y también nos quedamos absortos ante un espectáculo que pasa desapercibido a la gran multitud, algo que parece pequeño pero es enorme. «Aquí está la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Sólo doce palabras, sin grandes discursos ni reflexiones. Con la sencillez de la que siempre dice la verdad, de la que se fía completamente de Dios y se pone en sus manos. ¡Cuántas veces nosotros nos ponemos a hacer discursos, sesudas reflexiones, tenemos que “llenar el folio” (como en estos comentarios), ante Dios!. Como Adán y Eva buscando excusas y culpables, hacemos de nuestro diálogo con Dios un montón de razonamientos y discursos que aburren a Dios. María es directa, concisa, concreta y dispuesta. Con la valentía de la que se sabe en la verdad y la resolución que mueve el amor María habla, con su palabra y con su vida, con la sabiduría de Dios.
Siguiendo el camino del Adviento hacemos hoy esta parada, para contemplar el espectáculo grandioso y a la vez escondido de la Inmaculada Concepción. Que María nos guarde, nos acompañe y desgrane nuestra vida ante la misericordia de Dios con el mismo cariño con que hoy desgranaremos las cuentas del rosario.