Y yo lo he visto y he dado testimonio de que éste es el Hijo de Dios”. Las palabras de Juan Bautista debieron impresionar sobremanera a su auditorio. Confesó con la fuerza que tenían todas las palabras que brotaban de sus labios la divinidad de Jesucristo. Así de radical es el anuncio cristiano y no puede minimizarse: Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. La síntesis imposible e inimaginable se da en Jesucristo.

En la mitología clásica aparece la figura de los semidioses, que eran la prole derivada de la unión entre un dios y una mujer. Y, en el pensar de muchos hombres está el querer ser como dioses. Esa fue la falsa promesa con la que la serpiente sedujo a nuestros primeros padres. Todo lo que el hombre puede desear, la máxima plenitud, se encuentra en Jesucristo. Pero ahí no se ha realizado por una conquista de la humanidad, que habría traspasado sus límites, sino por una condescendencia de la divinidad: Uno de la Trinidad se ha hecho carne.

Cuando contemplamos este misterio de nuestros labios brota espontáneamente el agradecimiento y la alabanza. Damos gracias a Dios por ese amor desbordante que lo lleva hasta el extremo de compartir nuestra condición humana y aún a sacrificarse por nosotros. Juan el Bautista apunta ese hecho al señalarlo como “Cordero de Dios, que quita el pecado del mundo”. A nadie se le escapaba la referencia a los sacrificios constantes que se ofrecían en el Templo de Jerusalén y que habían de ser reiterados cada día, porque no tenían una eficacia infinita. Más bien eran una súplica pidiéndole a Dios que no retardara su actuación porque el peso de las culpas era excesivo para la existencia del hombre. Dios se encana y aún después irá a la cruz por todos nosotros, cargando con nuestros pecados.

A mí me da cierta tristeza que este año he oído muy pocos villancicos. Recuerdo años anteriores en que era más fácil escucharlos. Es posible que se haya olvidado bastante la razón de las fiestas en las que nos encontramos. Por ello mismo me resulta tan atrayente la figura de Juan. El prepara al pueblo para el Mesías. Lo hace llamándole a la conversión y poniéndolo a la expectativa del que ha de venir. Aunque los evangelios recogen sólo una parte muy pequeña, aunque esencial, de su predicación, el personaje no deja de llamarme la atención.

También nosotros debemos hacer saber al hombre de hoy que Jesús es Dios y que, por tanto, todas las aspiraciones humanas, llevadas a su máxima expresión, se realizan en Él. Los intentos de divinizar al hombre sin pasar por Jesús no sólo conducen al fracaso, sino que también deshumanizan. No se nos ha dado otro nombre bajo el que podamos ser salvos. Hoy se celebra también la memoria del Santísimo Nombre de Jesús.¡Qué bonito poder repetirlo muchas veces sabiendo que en Él está nuestra salvación!

Que la Virgen María, que trató con tanto amor a su Hijo nos enseñe a invocar con fe al fruto de sus entrañas.