En el evangelio de hoy encontramos, en germen, el modo de propagación del evangelio. Hace pocos días lo encontrábamos en la viuda Ana, que desde que vio al Niño Jesús en el Templo, hablaba de él a todo el mundo. Hoy vemos como Jesús se dirige a Felipe invitándole a que le siga y él extiende ese llamado a Natanael. Unos se lo dicen a otros y, de esa manera, son muchos los que se encuentran con el Señor. Vemos, pues, como el Señor cuenta con nosotros para darse a conocer a los demás. Por otra parte, es esta una experiencia muy extendida en la Iglesia. Muchas familias cristianas lo son porque unos miembros fueron llevando a otros a la fe. Lo hacen los padres cuando bautizan a sus hijos y los instruyen enseñándoles a rezar e introduciéndolos en los misterios de la fe. Pero también lo observamos en personas alejadas de la Iglesia.

El encuentro con Jesús nos abre a un amor distinto hacia las demás personas. Queremos que los otros conozcan al que confesamos como nuestro Dios y Salvador. El misterio de la salvación que experimentamos suscita ese dinamismo de comunicación: que los otros vean y conozcan al Señor. Es lo que le dice Felipe a Natanael: “Ven y verás”.

Cuando Natanael acude junto a Jesús se lleva la sorpresa de que Jesús ya lo conocía. Dios nos conoce a todos y, a pesar de saber como somos, unos trastos, se alegra de vernos. La experiencia del encuentro con Jesús conlleva esto: descubrimos que Dios nos conoce desde siempre y que, precisamente porque sabe lo necesitados que estamos de Él, viene a buscarnos.

Por otra parte, nos sorprende el elogio que el Señor hace de Natanael: “Ahí tenéis un israelita de verdad, en quien no hay engaño”. Yo entiendo la frase en el sentido de que era alguien que verdaderamente esperaba en las promesas mesiánicas de su pueblo. Conocía las profecías y sabía que habían de cumplirse un día. Felipe lo atrae de esa manera: “Aquel de quien escribieron Moisés en la Ley los profetas, lo hemos encontrado: Jesús, hijo de José, de Nazaret”. Y Felipe acepta ir a conocer al Mesías. Cierto que planeta una objeción que demuestra que conocía las escrituras, pues señala que en Nazaret nunca había sucedido nada relevante en la historia de la salvación. Al atender a la invitación de Felipe Natanael demuestra que no está dominado por ningún prejuicio. Es un hombre que verdaderamente espera. La higuera, bajo la que se encontraba y a la que Jesús alude, algunos padres la ven como una imagen del Antiguo Testamento. Natanael, por tanto, es un hombre con rectitud de intención que no intenta dominar el futuro sino que se abre a la acción de la gracia.

En estos días, aún marcados por el misterio de la Encarnación, no podemos dejar de pedir al Señor que nos de un corazón como el de Natanael. Queremos ser encontrados por el Señor y también contemplar todas esas cosas más grandes que Jesús le anuncia al que será uno de sus apóstoles.