En la fiesta de hoy se muestra la grandeza del corazón de Dios. Jesús no se ha encarnado para darse a conocer a unos cuantos, sino para encontrarse con todos los hombres. En la figura de los Magos vemos el cumplimiento del deseo inscrito en todo corazón: encontrar a Dios. Y vemos también la voluntad salvífica universal de Dios, porque, como dice san Ignacio de Antioquía, Jesús no nació “bajo su estrella”, sino que la estrella vino adonde Él nació. Y además, se señala otra cosa: detrás de toda contemplación, en el estudio, el trabajo o simplemente gozando de la naturaleza, se encuentran las huellas del Creador. Hay un salmo que dice: El cielo canta la gloria de Dios. Los Magos lo vieron porque no redujeron la realidad a sus prejuicios, sino que conformaron su vida a la verdad de las cosas. Siguiendo ese camino, llegaron a Belén y allí su alegría fue inmensa. No habían encontrado la respuesta a tal o cual pregunta, sino la solución al enigma principal e ineludible: el sentido de su propia vida. Por eso, pueden regresar a su casa por otro camino. Llegaron siguiendo indicios, con dudas y teniendo que preguntar a Herodes. Pueden volver de otra manera. Pero… cuidado, saben que habrán de custodiar lo que les ha sido dado. El peligro de retroceder es muy grande, porque Herodes quiere matar al Niño.

¿Qué simboliza Herodes? Herodes sabe. Tiene expertos a su servicio y puede alcanzar la verdad. Pero también tiene un problema y es que no quiere ser medido por la verdad. No quiere cambiar de vida ni tampoco quiere encontrarse con Jesús. El cristianismo no es una ciencia que se transmite. Reducida a eso, Herodes hubiera aceptado encantado. Pero nuestra fe consiste precisamente en el encuentro con Alguien a quien es preciso adorar. No le hubiera costado mucho acercarse a Belén. Los Magos, de hecho, habían llegado de mucho más lejos y ayudados de unos signos mucho más imprecisos que las profecías conocidas en Jerusalén. También nosotros tenemos que ponernos en camino, porque si no lo hacemos tenderemos a intelectualizar nuestra fe.

La renovación en la Iglesia se produce porque continuamente hay gente que viaja de nuevo a Belén. Me pregunto si los cristianos a veces no damos el triste espectáculo de Herodes y su séquito. Hay gente que nos pregunta, de un modo más o menos explícito, porque quieren encontrarse con Cristo, y nosotros nos conformamos con dar una respuesta vaga. Señalamos con el dedo, indicamos de mala gana el camino, hablamos como eruditos o simplemente mostramos sorpresa. De poco sirve si no nos encuentran en camino. La ruta que conduce a Cristo se transforma después en seguimiento. Sin Él, todo lo demás queda en letra muerta, en promesas cuyo cumplimiento acaba siendo poco factible. Es lo que sucedió aquellos días en Jerusalén. Tenían la palabra de Dios, pero no quisieron a Dios.

Al contemplar hoy gozosos a todos los pueblos que se van incorporando a la Iglesia, no podemos dejar de pensar en que quizás también nosotros hemos de rehacer el camino. Para cada hombre luce una estrella en el cielo por la que Dios le habla a su conciencia. Jesús, sin embargo, sólo hay uno.