Conocemos que Dios permanece por el Espíritu que nos dio”. Estas palabras del Apóstol san Juan, que escuchamos en la primera lectura, nos ayudan a entender la realidad de la Encarnación y sus consecuencias para nosotros. Dios ha venido al mundo para unirse al hombre, para rescatarnos del pecado y darnos una vida nueva, la de hijos de Dios. Por el Espíritu Santo nos unimos al mismo Jesús, que es la fuente de la vida y el Salvador del mundo.

Por eso san Juan une a la verdadera fe la confesión de “Jesucristo venido en carne”. La afirmación “Dios se ha hecho hombre”, es inherente a la fe cristiana. De esa manera se supera cualquier reducción moralizante y voluntarista. Jesucristo no es un hombre superior en el que reconocemos unos valores o enseñanzas sublimes; es Dios y hombre al mismo tiempo. Y ese misterio tan grande, que nos sume a todos en el estupor y nos deja sin palabras es también nuestra salvación.

De esa realidad vienen los preceptos con que se inicia la lectura de hoy: “que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos unos a otros, tal como nos lo mandó”. Si se tratara de una simple enseñanza sapiencial no sería necesario creer en el Hijo. Pero se trata de una vida nueva que se expresa en el amor a los hermanos. Benedicto XVI en la encíclica Deus caritas est, señalaba la novedad del amor encarnado, que podemos reconocer en un rostro: el de Jesús. Por eso el amor que se nos manda tiene su fuente, modelo y posibilidad en el mismo Jesús. Él está con nosotros, ha venido a sanar nuestro corazón desde lo más profundo de este, borrando el pecado y dándonos unas nuevas posibilidades. Sólo quien cree en Él se abre a amar como Él.

Al final de esta lectura se nos indica también como el creyente queda abierto a la escucha continua de Dios. De Él va aprendiendo el amor, porque cada vez va conociendo más a Dios. Precisamente por la encarnación se han unido el cielo y la tierra. No se trata sólo de creer en realidades superiores, sino de saber que estas están presentes aquí. Por eso dice san Juan: “el que está en vosotros es más que el que está en el mundo”. Aquí comprendemos mejor la necesidad de la fe. Porque desde el mundo se nos habla continuamente para configurar nuestros criterios y se proponen principios que son contrarios a Dios y al hombre.

Podemos pensar, erróneamente, que los principios del mundo no son tan evidentes. Pero basta pensar en la campaña a favor del ateísmo que se ha iniciado en nuestro país, y que ya se ha realizado en otros países, para darse cuenta de que hay una resistencia a Dios y a su amor. Hay quienes piensan que el hombre se amaría mejor si Dios no anduviera por en medio. No es así, ya que Dios es amor, y si Él no viene en nuestra ayuda nosotros sucumbiríamos y cada vez seríamos más incapaces de obrar el bien. En Navidad el Amor se ha hecho accesible para redimirnos y reconducirnos de nuevo hacia Dios. Ahí está nuestra felicidad, pero es necesario adherirse con fe al Dios que se hace pequeño para que nosotros no nos perdamos.