El milagro de la multiplicación de los panes y los peces admite una interpretación eucarística. Así se ha hecho, con gran fecundidad, desde los primeros tiempos de la Iglesia. En esa perspectiva podemos leer los primeros versículos del evangelio de hoy. Una vez hubieron comido Jesús envía a sus apóstoles a Betsaida, a la otra orilla del lago, para que le precedan. Mientras, Él, se queda allí para despedir a la gente.

En esta imagen vemos dos cosas. Por una parte, hay como una imagen de que, después de comulgar, hay que estar con el Señor y hablar con Él, que aprovecha para despedirse. Por otra, de la Eucaristía, nace la conciencia de que somos colaboradores de Dios. Los apóstoles lo realizan cumpliendo el mandato de cruzar el lago. De la comunión brota la conciencia de la misión que se hace más urgente y para la que nos sentimos llamados.

Por otra parte, Jesús se retira al monte para orar. Es una imagen muy hermosa que nos recuerda que Jesús está siempre en el sagrario, presente en las especies eucarísticas. Allí no se encuentra ocioso, sino que sigue intercediendo por nosotros ante el Padre. Toda la vida de Jesús late en el sacramento de la eucaristía, también cuando está en el sagrario. Allí permanece retirado orando por nosotros. Por eso la Iglesia enseña la importancia de acompañar a Jesús eucaristía, y ahí también descubrimos el bien espiritual que obtenemos. Rezando ante el Sagrario nos unimos a la oración que Jesús hace por todos nosotros. Por eso no hay que impacientarse demasiado ni desanimarse cuando no sabemos que decir. Aún desde nuestro silencio podemos unirnos a la oración de nuestro Salvador.

Finalmente nos podemos fijar en las frases finales del Evangelio: “Ellos estaban en el colmo de su estupor, pues no habían comprendido lo de los panes, porque eran torpes para entender”. Esta frase aparece para explicar su reacción ante lo que les ha sucedido. Estaban en medio del lago y no podían hacer avanzar la barca a causa del viento contrario. No podían realizar la misión que se les había encomendado por que el viento era superior a sus fuerzas. Sin embargo ellos remaban con brío. Podían haber girado la barca y aprovechando el impulso del viento volver a la orilla de la que habían partido. No lo hicieron así, sino que remaban.

En medio de sus esfuerzos se les aparece el Señor caminando sobre las aguas. Se asustan porque no lo esperaban. Pero en esa imagen podemos leer que el Señor siempre está junto a nosotros, especialmente después de la comunión y que hemos de contar con Él en nuestros trabajos. Precisamente cuando Jesús entró en la barca con ellos el viento amainó.

Es muy hermoso poder participar de la celebración de la Eucaristía. Pero hemos de saber que, cuando comulgamos, llevamos al Señor con nosotros. Él va a acompañarnos en nuestra vida, y con Él, cuando cumplimos la voluntad de Dios, no hay dificultad que debamos temer.