No todo han sido buenas noticias esta semana. Mi casa sigue sin ese invento moderno de la calefacción (si el lunes terminan de arreglarlo haré una fiesta), y ayer por la tarde me encontré con que la caseta-parroquia está sin luz. No sé si la máquina excavadora a roto el cable o la compañía nos ha cortado el suministro. Siendo sábado me extrañaría mucho que alguien viniese a arreglarlo. Los nostálgicos de la primera caseta ayer pudieron disfrutar de una Misa a la luz de las velas y con un fresquito considerable. La conexión a Internet en mi casa ha dicho “hasta luego” y he tenido que hacer unas cuantas piruetas para poder publicar el comentario. En definitiva, nada grave. Que de vez en cuando nos falten cosas nos ayudan a descubrir lo importante y que no todo es tan complicado como pensamos. Hay personas que hacen un mundo cuando les falta cualquier cosa, se sienten desesperados y bloqueados, sin acordarse que sólo una cosa es necesaria.
“Hermanos: La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo, penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos. Juzga los deseos e intenciones del corazón. No hay criatura que escape a su mirada. Todo está patente y descubierto a los ojos de aquel a quien hemos de rendir cuentas.” A veces viene alguien a contarte un montón de penas, penas que vienen en “pack”, todas juntas. Realmente hay vidas llenas de tragedias. Pero cuando van contando todo lo malo que les ha pasado (cuando empiezas a tirar de la manta todo lo ves con malos ojos), se me ocurre preguntarles: “¿Rezas?” Normalmente te dicen que sí (por eso vienen a ver a un sacerdote), pero es un sí pequeño, suele ser una oración formal, un rato dedicado a pensar en sus penas. Entonces hay que recomendarles la oración de confianza. La oración que pone nuestra vida delante de Dios, enfrentados con su Palabra y que quita todo lo que estorba. Sería muy fácil hacer del cristianismo una religión burguesa, para los momentos en que todo nos vaya bien y podamos contarle a Dios la cantidad de cosas que hacemos por Él. Pero cuando nos ponemos ante la Palabra de Dios nos encontramos desarmados, penetra hasta el fondo de nuestra alma y descubrimos nuestra pobreza, nuestra nada que no sea recibido delante de Dios. Entonces descubrimos lo realmente importante y desaparecen muchos de nuestros problemas, pues no son tan importantes.
“En aquel tiempo, Jesús salió de nuevo a la orilla del lago; la gente acudía a él, y les enseñaba. Al pasar, vio a Leví, el de Alfeo, sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo: -«Sígueme.» Se levantó y lo siguió.” No esperemos de la Palabra de Dios grandes discursos que razonen los motivos por los que creer. Muchas veces, como en el caso de Mateo, es una sola palabra la que cambia toda su vida. Los fariseos querían un discurso, una confrontación entre dos palabras del mismo valor, la suya y la de Jesús. Mateo descubre que la palabra de Jesús no tiene comparación con ninguna otra, llena todo su ser y hace que su trabajo de recaudador, su dinero, sus comodidades y todo lo que consideraría tan importante es prescindible al escuchar una sola palabra: “Sígueme”. También tu y yo podríamos procurar hoy no discutir con Dios, no cansarle con nuestros discursos, y decirle que nos dé el don de escucharle, de abrir los oídos y el corazón a su palabra, aunque sólo sea una.
Nuestra Madre la Virgen es la gran oyente de la Palabra, oía su latir en sus entrañas. Que ella nos afine el oído.