En ocasiones los sacerdotes tenemos que escuchar verdaderas tragedias. Quedan entre el que las cuenta, el sacerdote y Dios, pero hay verdaderos dramas que marcan la vida de algunas personas. Situaciones que superan cualquier película y que sufren en secreto, a veces a lo largo de años. Cuando escucho estas cosas (y últimamente tengo que oír unas cuantas), sólo puedo recurrir a la misericordia de Dios, a las luces del Espíritu Santo y a la fuerza curativa de la cruz de Cristo. Seguramente a algunos esto les parezca una tontería y prefieran recurrir a psicólogos o psiquiatras. Esos profesionales tienen su papel, pero no salvan. Tampoco yo salvo. Sólo Cristo salva. Pero es necesario que escuchen que, a pesar de ser despreciados, olvidados, ignorados, forzados o denigrados, hay alguien que les quiere, a pesar de su pasado y aunque no vean su futuro. Y después de unas pocas y torpes palabras, entonces, recurrir al sacramento de la Reconciliación, a la bendición de Dios. Y es cuando dicen: “Me he quitado un peso de encima”.
“Al enterarse de las cosas que hacia, acudía mucha gente de Judea, de Jerusalén y de Idumea, de la Transjordania, de las cercanías de Tiro y Sidón. Encargó a sus discípulos que le tuviesen preparada una lancha, no lo fuera a estrujar el gentío. Como había curado a muchos, todos los que sufrían de algo se le echaban encima para tocarlo. Cuando lo veían, hasta los espíritus inmundos se postraban ante él, gritando: _«Tú eres el Hijo de Dios.» Pero él les prohibía severamente que lo diesen a conocer”. La sanación física es importante para los enfermos, pero la verdadera sanación es la del espíritu, que muchas veces empuja al cuerpo a curarse si se está enfermo. Si es tan bueno ¿por qué mucha gente no se confiesa, le cuesta o lo hace con rutina?. Es un misterio, pero pienso que muchas veces hemos convertido los sacramentos en un esfuerzo nuestro y no en una acción de Dios. Muchas personas ponen en duda el “ex opere operator” y convierten la confesión en una especie de declaración de buenas intenciones. No llegan a la raíz del pecado, se quedan en ver las transgresiones de una ley que quieren cumplir, “la ley hace a los hombres sumos sacerdotes llenos de debilidades”. La gracia es sólo una especie de empuje para cumplir nuestros propósitos, pero así seguimos estando solos.
“Hermanos: Jesús puede salvar definitivamente a los que por medio de él se acercan a Dios, porque vive siempre para interceder en su favor. Y tal convenía que fuese nuestro sumo sacerdote: santo, inocente, sin mancha, separado de los pecadores y encumbrado sobre el cielo.” Sin duda el hombre tiene el “trabajo” de acercarse a Dios, pero sólo lo podemos conseguir unidos a Jesucristo. Él ha asumido en sí todos nuestros pecados para salvarnos definitivamente. Nunca estamos solos y es Él el que nos salva. No se trata de construir nuestra salvación, sino de acoger la salvación que Jesucristo ha traído al mundo. El día que nos creamos que realmente Dios nos salva, entonces acudiremos en masa a su presencia.
La Virgen María hace más fácil ese camino. Cuando a alguien le cuesta contar algo de su pasado le pido que se encomiende a la Virgen y se lo cuente a ella para que a su vez lo cuente a su hijo. Hablar con la Madre se nos hace mucho más fácil.