Escribo este comentario el jueves, ante el Santísimo expuesto en el altar en nuestra pequeña caseta. Será la última exposición del Santísimo aquí, la semana que viene (espero), será en el barracón más grande. No es que me de lástima, esta caseta reúne las condiciones justas y la otra es más digna, pero la verdad es que el expositor está ahora a cincuenta centímetros de la primera silla, luego estará un poco más lejos (poco). Gracias a Él Dios no mide la distancia en centímetros. Podría estar uno sentado en la primera fila de la parroquia, que con estirar el brazo tocaría la custodia y estar muy lejos de Dios pues su corazón está “a otras cosas”. Y puede leer este comentario, o hacer un rato de oración, un cristiano que esté haciendo una expedición en medio del ártico, lejos de cualquier Sagrario, y estar más cerca que el anterior. Es cierto que la cercanía y el trato hacen el cariño y Dios está más cerca de lo que podemos imaginar, nos trata en nuestra alma y por eso nos tiene un cariño inmenso. Ahora nos toca responder a nosotros a esa cercanía de Dios.
“En aquel tiempo, Jesús, mientras subía a la montaña, fue llamando a los que él quiso, y se fueron con él.” Siempre he leído ese “quiso” en los dos sentidos que tiene en español: Llamó a los que le dio la gana y llamó a los que amaba. Ellos se fueron con él y los hizo sus compañeros. Nos han dejado sus nombres, hasta el del traidor no cae en el olvido. Fueron compañeros de Jesús y eso no se olvida, los llamó por sus nombres, los llamó porque quiso, porque les quiso. En la Iglesia el número de los compañeros de Jesús se fue aumentando (aunque también aumentaron los traidores), pero la cercanía y el cariño por cada uno de nosotros no ha disminuido. Tal vez seamos más de doce, pero Dios sigue sin contar en centímetros ni en multitudes. Cada uno de nosotros, uno a uno, tenemos que aun¡mentar nuestro amor a Dios, nuestro Padre, la cercanía a Jesucristo y el trato al Espíritu Santo. Y debemos ayudarnos unos a otros a amarle cada día más, y de ser acicate para aquellos que no le conocen y aliento para los que piensan en la traición. El grupo de los doce era pequeño, pero transformó el mundo conocido. Los podemos llamar por sus nombres. No se anunciaban a sí mismo sino a Jesucristo y por eso el anuncio perdura. Cuando nosotros anunciamos a Jesucristo, muerto y resucitado, entonces el anuncio sigue vivo, cuando nos anunciamos a nosotros mismos nos acompaña en el ataúd.
Sólo quedamos cuatro, ya es algo tarde para un jueves. Si alguien pasase por la calle pensaría que Jesús tiene pocos amigos en este barrio, menos de doce. Pero no es así. Es importante la adoración y, aunque este es un momento singular y privilegiado ante Jesús sacramentado, me imagino a muchos de mis feligreses unidos espiritualmente a este lugar mientras acuestan a su hijo, preparan la cena para su mujer, preparan las cosas para salir de casa al trabajo mañana temprano, están en cama con virus que está atacando por aquí y deja a la gente baldada, y otros cuantos aun no habrán vuelto del trabajo. También a cada uno de ellos el Señor los llama por su nombre, y yo los hago aquí presentes, entre estos adoradores que físicamente estamos ante Jesús Sacramentado. También os hago presentes a todos los mañana leáis este comentario y aunque no sé vuestros nombres, el Señor sí los sabe.
¿Cuántos somos los católicos en el mundo? La verdad es que no tengo ni idea ni me apetece buscar estadísticas, con que uno estuviese realmente enamorado del Señor sería bastante. Cuando comienza la Iglesia, los que están con Jesús, sólo estaban María y José. Sólo dos, pero de tal calidad que nos siguen sosteniendo a nosotros tantos siglos después. Como los discípulos en el cenáculo (excepto el traidor, que se desesperó), esperamos nuestro Pentecostés unidos a María nuestra Madre. Felicidades a los Alfonsos que celebren hoy su santo.