Mal 3,1-2; Sal 23; Heb 2,14-18; Lc 2,22-40

¿Es importante el orden en que se disponen los libros del AT? Hoy vemos que sí. Algunos, poniendo al final los libros históricos, terminan con la derrota de un tal Nicanor (2Mac 15). Quienes ubican al final otros escritos, como les llaman —poesía y sapienciales—, terminan con una exhortación a dedicarse a la sabiduría (Eclo 51). Qué distinto cuando se cierra el AT por los profetas, con la página de Malaquías de la que hoy leemos un fragmento. Este es un AT abierto a lo que ha de venir. Mirad. El Señor nos envía un mensajero para que prepare el camino ante él. No un saber de los sabios, que obtendremos con cuidado y estudio. No un guerrear de los guerreros, que lograremos con prudencia, empeño y estrategias adecuadas. ¿Quién podrá resistir el día de su venida? ¿Quién es ese Rey de la gloria que ya vemos venir? Qué diferencia en el entrar y comprender el NT. Y parecería a primera vista que no tiene importancia alguna, que es cuestión de los encuadernadores.

María, Simeón y Ana, esperaban: Mirad. Sabían que las Escrituras no se cerraban sobre sí mismas, sino que apuntaban a quien había de venir. Simeón, al Consuelo de Israel, y todos los días iba al Templo; el Espíritu le había dicho que no moriría antes de ver al Mesías. Ana, hablaba todo bienes del niño a quienes allá mismo aguardaban la liberación de Israel. ¿Todo parabienes y facilidades? No, una espada te traspasará el corazón. ¿Presentado ante todos los pueblos y luz para alumbrar a las naciones? ¿Niño rico? Niño pobre, de muy poca entidad (véase Ex 13.2.12.15 y Lv 5,11; 12,8). Esperado por los pobres, los pobres de Yahvé. Temido, en cambio, por los pudientes, por los que chupan los pies de quienes mandan: Herodes. Decidme dónde está para que vaya a matarlo, y para estar seguro lo haré con extrema brutalidad: los mamoncetes de menos de dos años que encontréis en la región de Belén. Todo estaba anunciado ya por los profetas.

Una vez más, sorprende el silencio en el que llega el Esperado, el Consuelo de Israel; aquél en quien todos habían puesto su confianza porque venía.

Vuelven a su ciudad, Nazaret. Llevan vida de trabajadores. El carpintero. Mas la gracia de Dios lo acompañaba. En el silencio, es proclamado por el Espíritu, como enseña el prefacio, Gloria de Israel y luz de las naciones. Curioso, pues en su pueblo, apenas si unos pocos, a los que se añaden Simeón, Ana y Herodes, y en las naciones tres pequeños magos que han visto la estrella y vienen a adorar al que esperaban. Adoración en el silencio de la noche. Adoración en el silencio de la pobreza. Cuidadosa y modesta pobreza. Ahí, en ese silencio del pequeño vivir y convivir, el niño iba creciendo y robusteciéndose. ¿Qué de extraño tiene ver a María guardando todo lo que ve en su corazón? Le era esencial rumiar.

Hebreos es de una belleza sofocante. Difícil de entrar. Merece la pena el esfuerzo. Jesús nos tiende la mano: muriendo, aniquiló el poder de la muerte y nos liberó de todo miedo; de todo pecado. Ya no somos esclavos, sino libres. Había una condición: tenía que parecerse en todo a nosotros, sus hermanos. Si no, ¿cómo sería compasivo con nosotros?, ¿cómo expiaría los pecados de nosotros, su pueblo? Ha pasado por la prueba del dolor y puede auxiliar a los que estamos en ella.