El primer día que te llaman de usted uno se va dando cuenta que se ha hecho mayor (además de por la calvicie, la chepa y los achaques). Uno intenta ser juvenil, pero no hay manera, ya te van mirando los niños y los jóvenes como a un viejo. Antes a los sacerdotes siempre se les trataba de usted (y a cualquier persona mayor que uno), pero luego todo el mundo empezó a tutear. Esa costumbre se nos contagia hasta que alguien te da una lección. Hace años fui a comprar bastantes artículos para el campamento de verano en una tienda del rastro. El dueño, un señor grueso y apurado (entonces se podía fumar en todas partes y estaba con el puro en la boca), estaba charlando con sus amigos al final de un largo mostrador. Conversaban sobre fútbol, toros y algún programa de televisión. No comentaban todo a la vez pero yo estuve por allí más de veinte minutos esperando a que alguien me atendiera. Por fin reuní valor para interrumpir un momento su animado coloquio, pero metí la pata en creer que tuteando sería más simpático y pregunté: “¿Perdona, tienes tiendas de campaña de ocho plazas?” Se cortó la conversación, me miró de arriba a bajo (sin mucho esfuerzo, soy bajito) y me contestó: “¿Cuándo hemos comido usted y yo juntos?”. Tenía razón, no debería haberle tuteado, claro que también me fui a comprar a otra tienda. En ocasiones tratamos mal a la gente, y nos tratan mal.
“En resumen: Tratad a los demás como queréis que ellos os traten; en esto consiste la Ley y los profetas”. Esta frase del Evangelio es usada por muchas sin ninguna referencia a Dios, reduciéndola a un humanismo sin Dios. Se convierte en una mera cuestión de cortesía, hay que tratar a los demás con la misma consideración que tratamos a las focas o salvamos a las ballenas (con todo mi cariño para los animalillos). Se tiene la manía de tratar muy bien a todo el mundo, excepto a Dios, y así se acaba tratando mal a todo el mundo. Desgraciadamente tenemos que ver muy frecuentemente insultos contra la Iglesia, burlas a las creencias de las personas, a Dios hecho un personaje de risa y un desprecio completo al que se declara creyente. Parece que faltar a Dios sale gratis. Sin embargo no es así, hemos comenzado el Evangelio por el final, leamos un poco antes: “Pues si vosotros, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¡cuánto más vuestro Padre del cielo dará cosas buenas a los que le piden!” El Señor nos ha llamado malos, así, con todas las letras. La bondad se da en tanto en cuanto uno se acerca al que es bueno, y ese sólo es Dios. Es cierto que el Señor nunca está lejos del hombre, pero antes de la redención le era mucho más difícil descubrir a Dios. Jesucristo nos enseña el rostro de Dios y nos envía el don del Espíritu Santo para poder acercarnos a Él, poder llamarle de Tu, poder llamarle Padre. Entonces, cuando nos burlamos de Dios, de su Iglesia y de la fe de los creyentes, nos alejamos de la fuente de la bondad y sus frutos son: cotilleos, críticas, maledicencia, corrupción, explotación, mentiras, odios, recelos, partidismo, egoísmo, vanidad, soberbia, y el largo etcétera que vemos a nuestro alrededor. No es que esto sea nuevo en la historia, pero creo que sí es la primera vez que es lo que se aplaude y se valora por bastantes y provoca el silencio de muchos. Y algunos se sienten como Ester, con la sola ayuda de Dios, a la hora de tener que vivir o hablar de su fe.
Pero Dios es bueno, así que seguimos leyendo hacia atrás: “Pedid y se os dará, buscad y encontraréis, llamad y se os abrirá; porque quien pide recibe, quien busca encuentra y al que llama se le abre.” Dios nunca responderá al hombre, por muy maleducado que sea con Él, con otra bordería o con un desprecio: “¿Cuándo hemos comido usted y yo juntos?”, sino que recibiremos misericordia, encontraremos un Padre y nos abrirá el corazón para quererle. Entonces, cuando descubrimos cómo nos trata Dios, trataremos a los demás de la misma manera.
La Virgen es la mejor embajadora para presentarnos ante su Hijo, encomendemos a ella este tiempo que vivimos.