Ya tenemos calefacción, el día que tengamos agua sólo nos faltará ser santos. Poco a poco, casi semana tras semana va mejorando algo materialmente en la parroquia; desde los días en que estábamos en 16 metros cuadrados hasta hoy, han mejorado muchas cosas. Sin embargo no puedo parar de pensar que las cosas son cosas y son lo menos importante. De nada serviría tener una parroquia plenamente funcional si no nos ayudase a ser mejores, si no creciésemos en santidad los feligreses y el sacerdote. Podríamos estar muy calentitos por fuera y fríos por dentro, entonces sería un desastre, todo este esfuerzo no habría servido para nada.
“ Si no sois mejores que los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” Hoy no es fácil conocer a algún escriba o algún fariseo para comparar, pero eran buena gente. Celosos de su fe guardaban los mandamientos de Dios y algunos más. Procuraban agradar a Dios y que los demás le agradasen. Eran rectos, cumplidores y exigentes. Estoy convencido que llevados por la buena fe interpretaban la ley para que más gente pudiese cumplirla y a la pregunta ¿Qué tenemos que hacer? encontrasen siempre una respuesta clara, corta y precisa. Intentaban dar contestación a esa pregunta que tantos se han hecho a lo largo de la historia: ¿Esto es pecado?. En la historia de la Iglesia también se ha recurrido muchas veces a la casuística, a estudiar todos los casos, para saber qué podemos y qué no podemos hacer, sin ofender a Dios. En ocasiones el exceso de celo mata el Espíritu. Por eso el Señor nos pide ser mejores, no hacer más cosas.
“ Así dice el Señor Dios: «Si el malvado se convierte de los pecados cometidos y guarda mis preceptos, practica el derecho y la justicia, ciertamente vivirá y no morirá. No se le tendrán en cuenta los delitos que cometió, por la justicia que hizo, vivirá. ¿Acaso quiero yo la muerte del malvado -oráculo del Señor-,y no que se convierta de su conducta y que viva?” Ante esta maravilla de la misericordia algunos comentaban que era injusto el proceder del Señor. Esto ocurre cuando ponemos la salvación en lo que hacemos nosotros, y no en el don de Dios. “Yo, que he hecho tanto por la parroquia, por la Iglesia.. Tantas horas entregadas, tantos momentos perdidos, tantos ….” ¿Lo has hecho gratuitamente? ¡Pues da gracias a Dios!. No dudes que Dios se servirá de ti para que seas puerta y no muralla para que otros se acerquen a Dios. A veces en las parroquias o en otros grupos eclesiales estamos tan preocupados con tantas cosas que hay que hacer que no le dejamos hacer a Dios. Por eso hay que ser mejores.
“Habéis oído que se dijo a los antiguos: «No matarás», y el que mate será procesado. Pero yo os digo: Todo el que esté peleado con su hermano será procesado. Y si uno llama a su hermano «imbécil», tendrá que comparecer ante el Sanedrín, y si lo llama «renegado», merece la condena del fuego”. No es una amenaza de Jesús, . Con ejemplos que entran tanto por los oídos como por la cabeza (lo de decir “imbécil” en Misa llama mucho la atención y relaja un montón), no se nos pide otra cosa que finura de alma. Ya podríamos hacer hoy la abstinencia más rigurosa que si no nos lleva a amar un poco más a los demás, a darnos cuenta que Dios nos lo da todo y sólo Él basta, a sentirnos más cerca de los que pasan hambre o no tienen lo necesario para vivir, entonces nuestra abstinencia se convertirá en una práctica negativa y vacía. La finura del alma nos hace anhelar que nosotros y todos aceptemos la salvación que Dios nos da en Jesucristo por obra del Espíritu Santo.
Tal vez tengamos calefacción, pero para ser una auténtica parroquia o nos acercamos al calor del Espíritu Santo o nos quedaremos helados. Acompañados de nuestra Madre la Virgen recorremos el camino de la Cuaresma. Ella nos ayudará a no pensar tanto en las cosas que tenemos que hacer (y hacerlas) sino en lo que Dios está haciendo en nosotros, en la Iglesia y en el mundo. Venga, ¡a ser mejores!.