Me acuerdo que un día, yendo de excursión (¡qué tiempos aquellos cuando uno tenía tiempo para excursiones!), llegamos a la Laguna de Peñalara. No es algo muy difícil, tiene una senda para embarazadas de 105 años, pero el paisaje vale la pena. Sobre la laguna está la peña y, en la peña, un par de de escaladores trepaban por a pared (por ahí no iban embarazadas). A mitad de camino la parte femenina (eran una pareja de distinto sexo), se quedó inmóvil, paralizada por el miedo. No iba hacia adelante ni hacia atrás- El compañero-novio-amigo-esposo-amante que la acompañaba se puso a insultarla a voz en grito. Intentaba enfadarla para que diese algún paso hacia algún sitio, no lo hacía por ofenderla, pero consiguió que un idílico panorama se convirtiese en una sucesión de tacos, palabrotas e insultos hacia la susodicha. Al final se movió no se si por enfado, por aburrimiento o por valor y todos aplaudimos desde abajo alegres de la hazaña de la chica y de recuperar el silencio. En la vida a algunas situaciones hay que echarles valor o nos quedamos estancados.
“En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: – «Sed compasivos como vuestro Padre es compasivo”. Esto nos lleva a una pregunta: “¿Cómo es la misericordia de Dios?” Pues nos vamos a la primera lectura de la profecía de Daniel: “Hemos pecado, hemos cometido crímenes y delitos, nos hemos rebelado apartándonos de tus mandatos y preceptos. No hicimos caso a tus siervos, los profetas, que hablaban en tu nombre a nuestros reyes, a nuestros príncipes, padres y terratenientes. Tú, Señor, tienes razón, a nosotros nos abruma hoy la vergüenza: a los habitantes de Jerusalén, a judíos e israelitas, cercanos y lejanos, en todos los países por donde los dispersaste por los delitos que cometieron contra ti. Señor, nos abruma la vergüenza: a nuestros reyes, príncipes y padres, porque hemos pecado contra ti. Pero, aunque nosotros nos hemos rebelado, el Señor, nuestro Dios, es compasivo y perdona”. Es un poco largo el texto pero ayuda a entender algo fundamental. La vergüenza no es mala. Muchas veces me encuentro con personas (a mi mismo también me pasa a veces), que retrasan la confesión por vergüenza. Entra como un desánimo de acercarse a la misericordia de Dios. Se ponen (pone el demonio en nuestra alma), un montón de excusas: “Qué va a pensar el cura” “Sólo hace dos días que me confesé por última vez” “No me sirve de nada” “Tal vez moleste por esta tontería” y este tipo de cosas. Y dejamos pasar una semana, y dos y un mes y, si te descuidas, se convierte en años.
Si Jesús hubiera dicho “Sed compasivos como vosotros sois compasivos” tal vez nos valdrían ese tipo de excusas. Pero tenemos que ser compasivos como Dios es compasivo. A pesar que en tiempos del profeta Daniel no tenían ni idea de la maravilla de la redención, del misterio de la encarnación, de la crudeza de la cruz y de la gloria de la resurrección, ya se daban cuenta que a pesar de que se habían apartado una y otra vez de Dios, desde los más grandes a los más pequeños, Dios es compasivo y perdona.
Tal vez pasemos vergüenza al confesarnos, y eso no es malo, será que nos damos cuenta de nuestros pecados. Lo vergonzoso es que no te confieses por quedar bien ante Dios, como si no te conociera y no fuese a perdonarte. La alegría de la reconciliación no es mayor por retrasarla, todo lo contrario, la mayor alegría es saber que siempre está Él allí para reconciliarnos. Cuando descubrimos la medida que Dios usa con nosotros no podremos más que usar la misericordia con los otros. No tenemos que esperar que nos grite para acercarnos a Él, sino que en su compañía no tendremos miedo a ningún obstáculo, ni a nuestros pecados.
La Virgen es Madre de la Misericordia, su corazón late al ritmo de la misericordia de su Hijo y nos impele a acercarnos, otra vez más, a su corazón misericordioso.