¡Oh, sorpresa! Me levanto esta mañana y cuando me dispongo a escribir el comentario descubro que ha desaparecido el enlace de la página. Toda la página de la Diócesis de Madrid se ha convertido en un gran anuncio de la jornada de la juventud del 2011, y no hay manera de llegar a la página de los comentarios. A lo mejor es mi navegador, pero creo que hoy no se leerá esto que escribo, ¡bendito sea Dios!. He intentado llegar por un atajo hasta las lecturas (el corta y pega para las lecturas es muy cómodo), así que he ido por una puerta trasera: Página donde “colgamos los comentarios”, de ahí a “ver sitio” (allí estaba el comentario de ayer, y pincho en “lecturas del día”, pero me dice que ha desaparecido la página. Por más vueltas que he dado no he sido capaz de llegar, claro que a las 6:15 de la mañana tampoco está uno en su mejor momento de lucidez. Como ya sabía de qué iba a escribir, que eso lo pensé ayer, citaré de memoria y si este rato de oración se queda entre Dios y yo, pues mejor.
Lázaro estaba sentado a la puerta del rico que banqueteaba espléndidamente. Epulón (así le llama la tradición), había visto a Lázaro cientos de veces, incluso conocía su nombre, pero nunca le había dado nada, sólo los perros se acercaban al pobrecillo. Después la escena cambia, el que está sentado en el seno de Abraham es Lázaro y el pobrecillo ahora es el rico que se lamenta de su suerte y de la que van a correr sus hermanos de sus hermanos. Muchas veces buscamos la oportunidad de servir a Dios o a los demás(casi todos tenemos buen corazón). Buscamos dónde puede ser, se admira a los misioneros, a los que están en países lejanos o entre culturas que nos parecen extrañas, pero claro, eso que es muy admirable es sólo para unos pocos. Nosotros tenemos nuestra vida, nuestra familia, nuestras obligaciones. Sólo algunos pueden dejarlo todo y marcharse. Entonces nos contentamos con una especie de caridad de “perfil bajo”. Hacemos alguna cosa, pero poco; damos algo pero nunca de lo que creemos que necesitamos, rezamos pero sin demasiada unción. Se nos puede meter en la cabeza que si Dios nos hubiera querido realmente santos nos hubiera dado otras oportunidades, otro tipo de vida y así nos ponemos cien mil excusas.
“Maldito el que confía en el hombre y no pone en Dios su esperanza” Quien confía en sí mismo para entregarse realmente a Dios y busca sus oportunidades para demostrar su valía, seguramente nunca lo consiga. Estoy convencido que la providencia de Dios nos da a todos oportunidades de vivir santamente allí donde estamos. Pero en ocasiones, como San Agustín, buscamos lejos, nos hacemos nuestras historias maravillosas, y no vemos la oportunidad que Dios pone en nuestra puerta para vivir la caridad, para entregar la vida, para gastarla en servicio a los otros por amor a Dios. Todos tenemos un Lázaro a la puerta que mendiga la compasión que el mismo Dios ha puesto en nuestro corazón. No busques muy lejos (a no ser que Dios te de esa vocación concreta) y mira en tu familia, en tu trabajo, entre tus amigos; allí te está esperando Dios.
Nuestra madre la Virgen siempre está cerca, esperando que salgamos de la casa de nuestro egoísmo y señalarnos al Lázaro que está junto a nosotros. Que ella nos conceda ese espíritu de conversión en esta cuaresma.
(Ahora el servidor del Arzobispado ha dejado de funcionar, tal vez sean estas líneas las que se queden a las puertas de ser leídas por alguien más).