Hablamos mucho del perdón de los pecados, y hacemos bien, porque la misericordia de Dios es el más profundo e inagotable manatial de consuelo que puede hallar un hombre en esta tierra. Pero, convéncete: no tenemos ni la menor idea de lo que significa «perdón de los pecados». No hemos llegado a sentir el horror y la repugnancia, no hemos llegado a sufrir el dolor que llevan aparejadas nuestras culpas, y por eso desconocemos la grandeza, la asombrosa maravilla de la misericordia divina. Lo único que podemos hacer es mirar fijamente al Crucifijo, y repetirnos hasta entenderlo: «esto, esto es lo que he hecho yo con Jesús; no han sido otros, he sido yo; cada uno de mis pecados están marcados como estigmas en el Cuerpo y el el Corazón de Cristo. Con uno sólo de ellos, por leve que fuera, he causado más dolor a Jesús que todas las espinas, y todos los latigazos, y los tres clavos que le cosieron al madero… Ése es Jesús, y éste soy yo». No; no ha sido un momento de debilidad, aún cuando difícilmente pudiera entenderse una «debilidad» de semejante jaez. «Pero ha sido un pecado primero, y luego otro, y otro, y otro… ¿Cuántos años llevo viviendo?… Ése es Jesús, y éste soy yo». Mira cómo ha quedado tu Señor, no retires los ojos de la Cruz… «Te he dejado, Señor, como un deshecho, como el último de los hombres»…

Y, ahora, escucha; escucha a Jesús, que desde el Madero reza: «Ahora, Señor, somos el más pequeño de todos los pueblos; hoy estamos humillados por toda la tierra, a causa de nuestros pecados (así llama «nuestros» a los tuyos) (…) No nos desampares para siempre, no rompas tu alianza, no apartes de nosotros tu misericordia»… Está pidiendo por ti, ofreciéndose por ti, suplicando para ti el perdón…

Y, sin cerrar ojos ni oídos, siente cómo la misericordia de Dios alcanza tu alma, y cómo te inunda un torrente de Perdón llovido desde el cielo. Pasea, con tus ojos, de las lágrimas de Cristo a la sonrisa del Padre, que una vez más te mira y, en atención a las súplicas de su Hijo, te perdona… ¿Tú entiendes algo? ¿No te sientes sumergido en un abismo? Pero no te creas que, por eso, conoces tu pecado ni sondeas la misericordia de Dios. No; tan sólo ha sido un tímido «chispazo» que a duras penas anuncia todo un Sol.

Hay que permanecer allí, en ese abismo, en esa oración, mucho tiempo, y arrodillarse, y llorar de fuego, de dolor y de gozo… Dios es muy bueno, pero yo no sé decirlo.

Sin embargo, cuando ahora topes con aquellos que han podido hacerte daño, espero que comprendas, de una vez por todas, que cuanto hayan podido agraviarte es nada, y menos que nada, en comparación con el agravio que, contra el Amor, tú y yo hemos perpretado al pie de una Cruz. Y, con todo, hemos obtenido misericordia, y descenderemos del Calvario estremecidos por el abrazo de María… ¿sabrás perdonar?