Ez 47,1-9.12; Sal 45; Ju 5,1-2.5-16

Agua, agua, crece el agua, todo lo llena, todo lo inunda. ¿Qué es, qué significa? Ezequiel nos acaba de narrar que la Gloria ha vuelto a ocupar su Templo (Ez 43), y ahora vemos sus efectos vivificantes. El espíritu, que juntó los huesos (Ez 37), y el agua. Doble principio de nueva vida. Agua, como en el Paraíso. Allá cuatro ríos, acá cuatro etapas crecientes. Agua en la ciudad santa. Agua regada por el Señor; agua que transforma el desierto (Is 35). Porque el Señor es fuente de agua viva (Jr 2,13; 17,13). Agua de vida: continua, creciente, invasora, comunicativa. El profeta siente en su cuerpo el poder del agua. Renace la vida, como en una nueva creación. Renace la actividad humana, como signo de paz y prosperidad (Alonso Schökel).
Porque el Dios de los ejércitos está con nosotros, nuestro auxilio es el Dios de Jacob. Él nos da el espíritu y el agua. ¿Cómo? En Cristo, por Cristo, con Cristo. Nunca, fuera de él, en su absoluta plenitud, en su ser completo. Nunca en su completud por otro cauce, por otras mediaciones.

Vemos a Jesús junto al agua de una piscina grande con cinco soportales. Muchos enfermos aguardaban el movimiento del agua. Un hombre, tendido en su camilla, espera poder llegar a tiempo cuando se mueva el agua. Lleva así 38 años. Más que una vida. Jesús, sabiendo quién era, se acerca y lo cura. Toma tu camilla y echa a andar. ¡Pero era sábado! Hoy es sábado y no se puede andar. Nos cuesta entenderlo, pero para los judíos el séptimo día, el sábado, era el día del descanso en el Señor, porque fue el día del descanso en la creación. El séptimo, descansó. Para ellos era regla estricta de su alianza con el Señor: el sábado descansarás de todo trabajo, dedicando el día a tu Señor. Regla magnífica. Maravillosa. Central en su religiosidad. ¿Quién te ha curado?, identifícalo. ¿No lo sabes? Más tarde lo encuentra en el templo. Mira, has quedado sano, no peques más.
¿Dónde encontrar explicación a todo esto? En el discurso que viene en el evangelio a continuación y que leeríamos casi entero en la misa de mañana. Pero cada día tiene su afán.

¿Quién?, ¿quién te ha curado?, ¿quién es ese?

La situación del hombre en su camilla nos muestra, a la vez, una necesidad y la humana impotencia para remediarla. ¿No era lo mismo, en situaciones semejantes, el no tienen vino (2,3), doscientos denarios no bastan (6,7), tu amigo está enfermo (11,3)? Necesidad, sí; pero impotencia (Manuel Iglesias). ¿Quién puede resolver estas trágicas situaciones?

En el relato, es Jesús quien toma la iniciativa. Ve y conoce. Sus preguntas incitan al enfermo, mas sólo consigue disculpas: nadie me ayuda. Jesús va a ser su única solución. Pero el paralítico andante ni da las gracias ni sabe quién le ha curado. La curación va a convertirse en drama. ¿Quién es?, ¿quién eres? Porque curar y hacer llevar cargas en sábado son sólo actividades de Dios (cf. Jer 17,19-27).

Algo decisivo acontece con el agua vivificante y con Jesús que cura al paralítico. ¿Ha concluido la tarea del Padre con el día sexto de la creación? No, sigue de continuo actuando en la historia. Pues bien, el Hijo ha de hacer como el Padre. Jesús también tiene poder con el espíritu y el agua vivificante. Poder de curar al paralítico; pero, sobre todo, poder de perdonar sus pecados. Es el Hijo quien cura y perdona. Una nueva creación.