Is 50, 4-9ª; Salm 68, 8-10.21-22.31-34; Mateo 26, 14-25

La pregunta de Judas tiene enjundia. “¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?”. Es evidente que nunca elegimos directamente el mal, sino que actuamos siempre por un bien. Lo que pasa es que tasamos equivocadamente. Elegimos lo malo al precio de lo bueno y, para colmo, pensamos hacer un buen negocio.

La pasión de Jesucristo nos coloca ante la verdad de las componendas. No hay nada que valga lo que Dios, ni puede ser intercambiado por nada. Todas las cosas son buenas, mucho mejores de lo que suponemos. Pero su belleza sólo se realiza cuando están rectamente ordenadas. El pecado es siempre dar la espalda a Dios, y elegir una creatura, que en ese momento nos parece preferible. Judas cambia a Cristo por treinta monedas. Con cualquier pecado nosotros vendemos al Señor, renunciamos a su amistad, a su gracia, y todo por elegir una bagatela, un poco de afecto, salirnos con la nuestra, una satisfacción de los sentidos…

Al mismo tiempo que el Señor preparaba la celebración de la Pascua con sus discípulos Judas disponía su propia redención personal. Quizás pensó que aquella ínfima cantidad le iba a solucionar la vida. Quizás fue sólo el brillo de la plata, o ese hábito adquirido de sisar de la bolsa común. Sea lo que fuere, también contribuyó a la pasión del Señor, pero quedándose al margen del misterio de amor y queriendo ser feliz en su soledad. Él tenía sus planes. Jesús también tiene los suyos, y en el Evangelio de hoy nos invita a participar de ellos. Está deseoso de celebrarla con nosotros como hace dos mil años la celebró con sus discípulos y nos pide que le vayamos preparando un lugar.

De mi vida parroquial recuerdo con especial afecto a todas las personas que, por estas fechas, se movilizaban para disponer los actos propios de la Semana Santa. Había quienes preparaban las ceremonias, los que se encargaban de las flores, del Vía Crucis por las calles, de los cantos, de que hubiera algo para comer después de la Vigilia Pascual, … Pienso también en todos aquellos que se preparaban espiritualmente, mediante el sacramento de la confesión, la lectura de libros piadosos o la meditación paciente de la Pasión del Señor. Hay que preparar la Pascua. Dios la ha preparado desde toda la eternidad, teniendo en cuenta los estropicios de los hombres; desde aquel inicial del pecado original hasta este último de Judas negociando su traición.

El traidor, al elegir su camino al margen de los planes de Dios, abandona en mitad de la cena. Se pierde lo más grande y perdido caminará hasta la desesperación. Morirá ignorante de la muerte salvadora de su Maestro. Todo por apartarse de Jesús y del grupo de los Doce, por elegir su propio interés que era también su misma desgracia. No hay salvación fuera de Jesucristo no atajos que nos permitan alcanzarla. Todo está en Él y hemos de vivirlo a su lado. Que no nos apartemos nunca.