Hch 2, 14, 22-33; Salm 15, 1-2.5-11; Mateo 28, 8-15

En el Evangelio de hoy, lunes de Pascua, nos encontramos con dos actitudes diametralmente opuestas ante la resurrección de Jesucristo. Por una parte están las mujeres, llenas de alegría por haberse encontrado con el Resucitado. Corren a anunciarlo a los demás discípulos. Aquellas mujeres tenían fe y amor. Por ese amor al Señor se habían acercado al sepulcro para completar los ritos de embalsamiento del cadáver.

Mientras ellas van aprisa para anunciar el encuentro con el Resucitado a los demás discípulos, los guardias también acuden a Jerusalén. El motivo es bien distinto: han de comunicar que la tumba está vacía. No saben qué ha sucedido pero, los poderosos de aquel momento los convencen fácilmente de que el cadáver ha sido robado. Vemos dos cosas en este hecho. Por una parte hay unos hombres que no quieren saber la verdad de lo sucedido e inventan una excusa plausible. Para que su mentira tenga entidad aportan dinero. Pero también están los que fácilmente se dejan seducir. Porque aquellos guardias habían velado la sepultura de Jesús y sabían que nadie se habría atrevido a robar su cuerpo.

La resurrección del Señor es un hecho pero, al mismo tiempo, supera lo que estamos acostumbrados a ver. Por eso es muy importante la disposición del corazón. Podemos tener una actitud abierta, que nos permita reconocer a Jesucristo cuando se muestra o, por el contrario, nuestros prejuicios y nuestra misma vida pueden convertirse en un obstáculo.

Estos días he estado celebrando el Triduo Sacro con más de un centenar de jóvenes. Cada año se repiten las mismas ceremonias, escuchamos los mismos relatos y, fácilmente llegamos a las mismas conclusiones y sentimientos que ya hemos tenido otras veces. Pero, una vez más he constatado que la frescura de los jóvenes, algunos de los cuales durante estos días se introducen por primera vez de una manera profunda en las celebraciones, supone un acicate para comprender mejor la pasión, muerte y resurrección del Señor.

Veo en ellos ese amor que no conoce los peligros, como el de las mujeres del Evangelio, que corren de madrugada al sepulcro. Y, al igual que ellas tuvieron el gozo de encontrar la tumba vacía y a Jesús vivo, también mediante el interés y el entusiasmo de estos muchachos, a mí se me ha hecho más comprensible el misterio Pascual. Porque la misma rutina puede convertirse en el dinero que compra nuestro corazón y nos impide reconocer, en toda su plenitud, la gran noticia de la resurrección de Jesucristo. Por eso, durante esta octava, es bueno fijarse en aquellos que, a nuestro alrededor, manifiestan de una manera especial la alegría que celebra la Iglesia.