Hch 4, 1-12; Salm 117, 1-4.22-27; Juan 21, 1-14

El Evangelio de hoy me sugiere la presencia del Resucitado en todos los aconteceres de nuestra vida. Es más, precisamente porque Jesucristo vive en medio de nosotros todas las cosas se realizan de una manera nueva.

Los apóstoles van a pescar. La iniciativa parte de Pedro y, en seguida los demás se le añaden. En esta imagen podemos descubrir la unidad de la Iglesia. En ese momento concreto los apóstoles están juntos, pero también es verdad que siempre permanecemos unidos a toda la Iglesia, hagamos lo que hagamos. Singularmente hemos de sentirnos unidos al Papa. Estos últimos tiempos ha habido algunas dificultades. Decisiones tomadas por Benedicto XVI han sido contestadas por algunos. Nosotros hemos de estar unidos al Pontífice aunque no siempre entendamos lo que hace. Hemos de ser obedientes y, al mismo tiempo, apuntalarlo con nuestra oración. La espontaneidad de los apóstoles al unirse a la pesca de Pedro muestra esa adhesión. Quieren estar juntos.

No sólo hemos de estar unidos a la Iglesia mediante la oración, sino que también hemos de percibir como toda la Iglesia está con nosotros. Gracias a ella, a la oración de muchas personas, al testimonio de los cristianos, al buen ejemplo que recibimos, salimos adelante.

Por otra parte, aquella noche no pescan nada. Y aquí viene la segunda lección. La Iglesia total, como la llama san Agustín, la forma el cuerpo con la cabeza; es decir a iglesia a la que pertenecemos unida a Jesucristo. Sin la cabeza la Iglesia no es fecunda. Toda la gracia nos llega de Jesucristo y se derrama por todo el cuerpo. De ahí ese milagro que se produce al amanecer. No es la mejor hora para pescar pero es la mejor hora para Jesucristo. Al lanzar de nuevo las redes, esta vez no por iniciativa propia sino siguiendo un mandato se produce el milagro. La pesca es sobreabundante. El evangelista apunta que no tenían fuerzas para arrastrar las redes hasta tierra, porque siempre nos supera la acción de Dios. Lo que sucede en la Iglesia es mucho más grande que el esfuerzo de todos nosotros.

Podemos interpretar el milagro en sentido apostólico. La Iglesia tira las redes sabiendo que Jesucristo es quien va a dar el incremento. Vamos a obtener frutos porque el Señor los provoca. Pero también podemos entender este texto, que narra a los apóstoles en lo que era su trabajo antes de conocer a Jesús, como una invitación a reconocer a Jesucristo Resucitado en nuestras actividades habituales. Su presencia hace que todo lo que emprendamos sea nuevo. Trabajamos en la perspectiva de la vida eterna que, ya ahora, se manifiesta. La pesca milagrosa no tienen por qué ser sólo hombres y mujeres que se convierten y creen, también puede ser todo ese amor, esa paz, ese fruto espiritual que podemos obtener en nuestros quehaceres cotidianos.