Pues ya nos han “robaó” en el nuevo barracón, y no una vez sino dos, una por la mañana y otra por la tarde. ¡Un disgusto!. Bueno, la verdad es que tengo que cuidar el idioma, no puedo decir que nos han “robaó”, ha sido un hurto, sin violencia a las cosas o a las personas. Lo más triste es que nos han “hurtaó” unos niños de doce y diez años, un poquito por la mañana y, aprovechando la ocasión, algo más por la tarde. Tal vez sea más triste que hurten en la parroquia a la que vienen todos los fines de semana (en invierno todos los días pues viven en un autobús y en la casetilla al menos había un calefactor eléctrico) y a la que piden a media humanidad. Tal vez sea más triste que me hubiera gastado mucho más de lo que se han llevado en comprarles unos zapatos para ir al colegio el año que viene (si alguna vez van) y ahora tendrán que echar una instancia a servicios sociales del ayuntamiento. Tal vez es más triste que conozco a su padre y esta tarde iré a verle a decirle que sus hijos no son malos, son tontos. ¿A quién se le ocurre robar (perdón, hurtar), en su propia parroquia? (No hay que robar, hurtar ni distraer en ninguna parroquia, pero ya puestos que no sea donde te conozcan). Alguno dirá: “pobrecillos”, y por eso no les denuncio, pero Dios me ha dado la gracia de conocer a muchos niños mucho más pobres que estos, que podías fiarte de ellos con los ojos cerrados. Ahora no podrán pasar por la parroquia en un tiempo, y espero que se lo mande su padre y no tenga que hacerlo yo.
«Y tú, el maestro de Israel, ¿no lo entiendes? Te lo aseguro, de lo que sabemos hablamos; de lo que hemos visto damos testimonio, y no aceptáis nuestro testimonio. Si no creéis cuando os hablo de la tierra, ¿cómo creeréis cuando os hable del cielo? Porque nadie ha subido al cielo, sino el que bajó del cielo, el Hijo del hombre. Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.» Seguimos el diálogo con Nicodemo, el cobarde valiente (que no el valiente cobarde). Y nos han vuelto a hurtar, en este caso el Señor. Ya dijimos ayer que Nicodemo no era tonto y tal vez por eso el Señor tiene este diálogo tan profundo con él, y luego se lo contaría a los apóstoles. Dios nos ha hurtado la ocasión de salvarnos a nosotros mismos. Es una tentación constante, el presentarle a Dios nuestros méritos, lo que estamos haciendo para nuestra salvación, y resulta que no tenemos nada, se han llevado lo que vale y nos han dejado unas monedillas. Quien no entiende la resurrección se empeña en pensar que lo que hay en el cestillo (la bondad, la entrega, el amor, la misericordia e incluso la gracia), es suyo y quiere cogerlo. Pero Cristo conoce a nuestro Padre Dios y sabe que todo eso lo ha ganado Él, para nosotros, pero es suyo. Nicodemo se empeñaba en nacer él de nuevo, no se daba cuenta que renacería por Cristo, hasta que le vio colgado en la cruz, vio elevado al Hijo del hombre. Cuando nos empeñamos en presentar a Dios “lo nuestro” no nos damos cuenta que en realidad ya era suyo. Es lo que decía San Agustín : “Dame Señor lo que me pidas, y pídeme lo que quieras”. Bendito hurto. Dios nos ha liberado de intentar salvarnos a nosotros mismos y nos ha salvado en Jesucristo, solamente tenemos que estar a su lado, o saber que siempre está la lado nuestro.
Nos tentará ver un cestillo con algunos billetes, pensaremos que tenemos que apropiarnoslos, pero si miramos bien antes que metamos mano al cestillo ya lo ha cogido nuestro Señor y nis dará mucho más.
Vamos a pedirle a la Virgen que comprendamos la gratuidad, todo nos ha sido dado en Jesucristo. Así da gusto, que te roben un poco para dártelo todo. Nos han «robaó», pero ha sido el dueño.