Hay días (a veces seguidos), que desde el comienzo temprano de la mañana hasta la noche estás todo el día de un lado a otro, o de un acto a otro. Para sacar los tiempos de oración hay que hacer malabarismos y pedirle a Dios que ese día te dejen un rato en el confesionario para acabar el breviario. Aunque leo las lecturas de la Misa del Domingo unos días antes e intentas rezar con ellas, no se te ocurre gran cosa. Entonces hay que recurrir a ayudas y, gracias a Dios, el predicador de la casa pontificia tiene muy buenas homilías publicadas, te da una ayuda y luego el Espíritu Santo va haciendo el resto. De él he sacado y copio la siguiente anécdota:
“ (En la Iglesia ortodoxa) durante el tiempo pascual, cuando se encuentran con alguien, ellos le saludan diciendo: «¡Cristo ha resucitado!», a lo que el otro responde: «Verdaderamente ha resucitado». Esta costumbre está de tal manera enraizada en el pueblo que se cuenta esta anécdota, acaecida en los inicios de la revolución bolchevique. Había sido organizado un debate público sobre la resurrección de Cristo. Primeramente, había hablado un ateo, demoliendo, a su parecer, para siempre la fe de los cristianos en la resurrección. Habiendo él descendido del estrado, subió al podio el sacerdote ortodoxo, quien debía hablar en su defensa. El humilde pope miró a la muchedumbre y dijo sencillamente: «¡Cristo ha resucitado!» Instintivamente, a coro todos respondieron: «Verdaderamente ha resucitado». Y el sacerdote descendió del podio en silencio.” Esa costumbre la he visto en los ortodoxos con los que hablo, e intentan recuperarla algunos movimientos en la Iglesia. Pero hay que reconocer que a la Iglesia Occidental nos gusta más la cruz que la resurrección. En la cuaresma organizamos vía crucis, ayunos y abstinencias, celebraciones penitenciales y charlas cuaresmales, pero llega la Pascua y nos quedamos “llenos de miedo por la sorpresa” alarmados y con dudas en nuestro interior. No sabemos qué hacer en Pascua. Estamos más acostumbrados a “hacer cosas” por Dios que ha dejar que Dios haga en nosotros.
Y ese es el sentido de la Pascua. Reconocer los que Dios ha hecho, que ha cumplido todas sus promesas y toda nuestra vida ha sido rehecha, hecha de nuevo. El hombre viejo tenderá a levantarse, pero podemos decirle a la cara: “eres viejo” y aplastarlo con el talón. Es más fácil cuidar a alguien que dejarse cuidar cuando estamos impedidos, y parece que nos es más fácil ofrecerle a Dios cosas que agradecer lo que nos ha dado, sobre todo cuando tenemos que reconocer que nos lo ha dado todo. Pero eso es la Pascua, el paso que da Dios en Jesucristo para que pasemos de la muerte a la vida, del pecado a la gracia, de intentar llegar difícilmente hacia Dios a que Dios haya llegado hasta nosotros en Jesucristo y darnos el don del Espíritu Santo. La Pascua es agradecer, es alegrarse, es disfrutar y descansar en Dios. En un mundo en que sólo se venden los periódicos que dan malas noticias nosotros tenemos la única noticia que vale la pena que perdure toda la eternidad en los titulares: Que el amor de Dios ha llegado en nosotros a su plenitud, y todavía hay tantos que no se han enterado.
¡Qué bueno es Dios! deberíamos repetirnos una y mil veces. Mirando a María en este tiempo de Pascua descubrimos las maravillas de Dios. Amemos la resurrección, unámonos a ella y digamos a los cuatro vientos: «¡Cristo ha resucitado!», «Verdaderamente ha resucitado»