Son preocupantes las noticias sobre esa cepa de gripe porcina que se está extendiendo por el mundo. Parece mentira que cuando el mundo se hace más pequeño los virus se hacen más grandes. Viajan con nosotros y se extienden con la velocidad de la fórmula 1. Los científicos buscan el remedio y hay que rezar para que lo logren cuanto antes. Mientras tanto la humanidad, que se creía más segura que nunca, se asusta, vive con miedo y asustada. En Méjico han prohibido las reuniones, pero la gente ha sacado de procesión al Cristo de la salud, que hacía tres siglos que no salía a la calle. Cuando nos vemos atemorizados recurrimos a Dios, miramos a aquel que puede “salvarnos de la muerte”, y le pedimos un milagro. Está muy bien recurrir a Dios, especialmente en circunstancias difíciles, pero Dios tendría que estar siempre presente en nuestra vida, no cuando amenaza el virus.
“Jesús les contestó: – «Os lo aseguro, me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque comisteis pan hasta saciaros. Trabajad, no por el alimento que perece, sino por el alimento que perdura para la vida eterna, el que os dará el Hijo del hombre; pues a éste lo ha sellado el Padre, Dios.» Ellos le preguntaron: – «Y, ¿qué obras tenemos que hacer para trabajar en lo que Dios quiere?» Respondió Jesús: – «La obra que Dios quiere es ésta: que creáis en el que él ha enviado.»” ¿Podría Dios hacer un milagro y acabar con el virus de la gripe porcina, con el cáncer y con cualquier enfermedad? Podría, pero ¿qué se conseguiría? ¿De qué nos valdría la salud del cuerpo si perdemos el alma? Es muy duro decir estas cosas, pero es que el corazón del hombre suele ser muy duro. En el Evangelio la gente buscaba a Jesús, se recorrió el lago de un lado a otro en su busca, pero no buscaban a Jesús, al final del discurso se irán todos y le abandonarán.
“El alimento que perdura hasta la vida eterna” es la Eucaristía. Esta semana tenemos que preguntarnos por qué vamos a Misa: ¿por costumbre? ¿por miedo? ¿a pedir cosas? ¿a pasar un rato si el sacerdote es entretenido o hay un buen coro? Todo eso se puede mezclar, pero hay que purificar la intención. A la Eucaristía acudimos a encontrarnos con Dios en medio de su Iglesia. A escuchar su Palabra y a recibir su cuerpo y su sangre. Sabemos que nunca estaremos saciados del todo, que siempre tendremos más “hambre de Dios” hasta que estemos en su presencia. Y vamos a Misa cuando estamos alegres y cuando estamos tristes, animados o decaídos, con tiempo o con ciertas prisas.
Ir a Misa es un acto de fe, es creer en el que Dios ha enviado y se hace presente en el altar. Si realmente nos moviese la fe evitaríamos la rutina o el amodorramiento. No dependería del clima (meteorológico o social), de la edad o la clase social. Cuando alguien entrase en una Iglesia debería ver gente de fe, tendría que sentirse tocado en el corazón y no pasearse como los turistas por la Catedral de Burgos contemplando las paredes en vez de a los cristianos.
Pero en vez de eso nos ven tan poco piadosos que casi movemos a risa o a tristeza. Pero no pasa nada, Dios cuenta con eso y se sirve hasta de nuestra poca fe para mover el corazón de muchos. Esta semana, hoy, cuando vayas a Misa díselo al Señor, no estoy aquí por mi, sino por ti, solamente por ti.
Pidamos a la Virgen que nos conceda el don de ser hombres y mujeres de profunda fe eucarística, y también que se encuentre una solución cuanto antes para los graves problemas de nuestro mundo.