Están siendo estos unos días verdaderamente complicados, muchas cosas, poco tiempo para dormir y demasiadas noticias tristes, algunas tristísimas. Esto hace que tenga que buscar más tiempo para rezar, pocas cosas más puedo hacer en algunos casos, y si puedo y no las rezo, seguro que las haré mal. Una muerte, otro internado en la UCI, otra detenida por tráfico de drogas, un niño cuyos padres no pueden cuidar, una separación matrimonial, todo en dos días y añadido al ritmo normal de la parroquia. O rezo o no haré nada, o no lo haré bien. Cada día pesa más la patena con tantas intenciones. Y sin embargo todavía no me convierto, soy un desastre. Alguna vez lo hablo con algunos amigos sacerdotes y es un lío. Uno tiene claro que Dios le pide más, objetivamente hace más cosas, pero no es eso lo que Dios le pide, luego nunca acaba de hacer lo que Dios quiere. Es sencillamente complicado. En resumen, lo que quiero decir y me imagino que os pasará a algunos de vosotros (a muchos otros no, que sois mejores que yo), es que nos empeñamos en resistir al Espíritu Santo, aun haciendo cosas buenas.
“En aquel tiempo, dijo la gente a Jesús: – «¿Y qué signo vemos que haces tú, para que creamos en ti? ¿Cuál es tu obra? Nuestros padres comieron el maná en el desierto, como está escrito: «Les dio a comer pan del cielo.»» Jesús les replicó: – «Os aseguro que no fue Moisés quien os dio pan del cielo, sino que es mi Padre el que os da el verdadero pan del cielo. Porque el pan de Dios es el que baja del cielo y da vida al mundo.» Entonces le dijeron: – «Señor, danos siempre de este pan.» Jesús les contestó: – «Yo soy el pan de la vida. El que viene a mí no pasará hambre, y el que cree en mí nunca pasará sed.»” A veces algunos me dicen: “Me he propuesto ir a Misa algún día más en semana”. Eso está muy bien, y es loable, pero sigue siendo resistirnos al Espíritu Santo. Entonces ¿no hay que ir a Misa entre semana?. Por supuesto, la Misa nunca cansa y cuanto más vayamos mejor, pero tenemos que verlo que, en cierta medida, nosotros no vamos a Misa, es la Misa la que viene a nosotros. Nosotros damos un paso para entregarnos a Jesús, el se entrega completamente. Hasta que no comprendamos este matiz seguiremos haciendo esfuerzos por cumplir nuestro propósito, cuando lo entendamos iremos a la Eucaristía porque allí se nos da todo, se sacia todo el hambre y se colma toda sed. Recibimos todo a cambio de casi nada, por no decir de nada. Lo único que podremos ofrecer es nuestra pobreza. Cuando se acumulan los problemas, nos falta el tiempo, se complican las situaciones no vamos a Dios a pedirle ayuda, sino a poner nuestros asuntos en la Eucaristía para que podamos verlos con los ojos de Cristo y entonces, hagamos cosas.
Pero a pesar de todo nos resistimos. “Esteban decía al pueblo, a los ancianos y a los escribas; -«¡Duros de cerviz, incircuncisos de corazón y de oídos! Siempre resistís al Espíritu Santo, lo mismo que vuestros padres. ¿Hubo un profeta que vuestros padres no persiguieran? Ellos mataron a los que anunciaban la venida del justo, y ahora vosotros lo habéis traicionado y asesinado; recibisteis la Ley por mediación de ángeles, y no la habéis observado.» Oyendo estas palabras, se recomían por dentro y rechinaban los dientes de rabia.” No es que fuesen mala gente, buscaban sinceramente vivir su fe judía y esperaban un Mesías, pero era su mesías, no el crucificado ese. Así hacemos ahora, vamos a la Eucaristía a que Dios nos muestre el camino, sino a que recorra nuestro camino, que ya llevamos pensado. No es que hagamos cosas malas, es que hacemos nuestras cosas y no las de Dios. Y entonces las cosas no salen, no acabamos de convertirnos. Seguro que San Esteban no pensaba que su manera de predicar iba a ser morir apedreado, pero ese era el camino de Dios y fue el más fecundo.
Vamos a pedirle a nuestra Madre la Virgen que seamos dóciles al Espíritu Santo, que cada vez que vayamos a Misa vayamos a decirle al Señor, simplemente: ¡Aquí estoy! Tú dirás.