Esta semana está siendo bastante intensa. En unas horas he pasado por tanatorios, Unidades de Cuidados Intensivos de los Hospitales, cárceles, además del ritmo normal de la parroquia que no es poco exigente. Pocas veces te vienen a traer alegrías y, como sacerdote y como amigo, tienes que compartir las penas, los sufrimientos, las desesperanzas y las tribulaciones de cada uno. No valen las generalidades ni un sentimiento universal de compasión, el problema de cada uno es de cada uno y es en cada instante lo más importante. Es sólo una minúscula parte de los problemas de todos los hombres, pero pesan. Me acordaba entonces del comienzo de la película de La Pasión cuando el diablo, mirando a Cristo que ora en el Huerto de los Olivos, le dice que no es posible, que un hombre solo no puede cargar con el peso de los pecados y sufrimientos de la humanidad. Por una vez el diablo no miente, un hombre solo no puede, tiene que ser Dios o, desde Cristo, apoyarse en Dios.
“Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla.” Interrumpimos el discurso del pan de vida por la fiesta de Santa Catalina de Siena, copatrona de Europa. Es muy interesante la vida de esta mujer y de obligada lectura su libro de “El Diálogo”. Una mujer de aspecto frágil, que carga sobre sí el peso de la Iglesia, que denunciará sin pelos en la lengua los abusos de los eclesiásticos, que vivirá ardientemente la caridad hasta entregar la vida a los 33 años, que no dudará en enfrentarse a su familia por seguir la voluntad de Dios y que, en lugar de amargarse puede decir: “Teniendo a Dios como amigo, vivirás en la luz de la fe, con esperanza y fortaleza, con verdadera paciencia y perseverancia, todos los días de tu vida. Nunca estarás solo, y nunca temerás a nadie ni a nada, porque encontrarás tu seguridad en Dios.” Esto Dios sólo se lo revela a los humildes y sencillos. Los que se creen salvadores del mundo o arregladores de asuntos suelen acabar decepcionados. Los que saben que sólo son un instrumento y que es Dios quien se sirve de nuestra propia vida, encuentran la paz y -encima-, son eficaces. “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mí yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso. Porque mi yugo es llevadero y mi carga ligera.” Dios es un descanso en medio de las duras peleas de la vida, no porque las dejemos a un lado cuando tratamos con Él, sino porque las ponemos confiadamente en sus manos.
“Si vivimos en la luz, lo mismo que él está en la luz, entonces estamos unidos unos con otros, y la sangre de su Hijo Jesús nos limpia los pecados.” San Juan conocía muy bien la debilidad, la había visto en el mismo Pedro y en los apóstoles, conocería la suya propia. Sabía que vivía en la tiniebla el que decía “aunque todos te abandonen, ¡yo no!”. Tenemos que conocer nuestro pecado, nuestras debilidades y faltas, no para hundirnos sino para pedir perdón y, entonces, unirnos a aquel que ha sido hecho víctima de propiciación por nuestros pecados, y así dejarle actuar a él por nuestro medio. Dios no nos quiere agobiados, sino que nuestro cansancio descanse en Él.
Vamos hoy a pedirle a Santa Catalina por le Papa y por toda la Iglesia. Que unidos a María seamos eficaces porque el Espíritu Santo actúa por nosotros.