Canuto tenía seis meses. Habían intentado bautizarlo antes de Navidad, pero era Adviento y les dijo el párroco que no era un tiempo propicio. En Navidad ya se había cubierto el plazo de bautizos de ese mes. En enero tampoco había hueco. En febrero no encontró la abuela al sacerdote ningún día que pudiera atenderla. En marzo empezó la Cuaresma, no había bautizos. En abril murió a consecuencia de una flema, de forma repentina e inesperada. Cuando me llamó su tío serían las doce y media de la noche. A la una estábamos en el tanatorio. No los conocía de nada, pero la imagen de los dos padres sentados en un sillón, abrazados y frente a ellos el pequeño ataúd blanco no podré olvidarla. Las primeras miradas no fueron nada amables, las siguientes palabras sobre su párroco lo fueron menos (aunque le avisaron de la muerte del niño dijo que no podía acercarse pues tenía una reunión), doy gracias a Dios de mi mala memoria y que nunca me acordé en qué parroquia estaba ese sacerdote, no sé quién es. Después vinieron los por qués y mis silencios. Al día siguiente tuvimos Misa de ángeles a las 8 de la mañana y después el entierro. Los padres no entendían nada, yo tampoco, pero se acercaron a Dios (aunque no a su parroquia). Desde entonces cuando me piden un bautizo procuro no poner impedimentos.
“Felipe se acercó corriendo, le oyó leer el profeta Isaías, y le preguntó: – «¿Entiendes lo que estás leyendo?» Contestó: – «¿Y cómo voy a entenderlo, si nadie me guía?» Invitó a Felipe a subir y a sentarse con él. (…) Felipe se puso a hablarle. y, tomando pie de este pasaje, le anunció el Evangelio de Jesús. En el viaje llegaron a un sitio donde había agua, y dijo el eunuco: – «Mira, agua. ¿Qué dificultad hay en que me bautice?» Mandó parar la carroza, bajaron los dos al agua, y Felipe lo bautizó.” ¿Qué sencillo, verdad? Y ahora ponemos tantas trabas para tantas cosas. Cada día entiendo más que no entiendo a Dios y, por eso, le dejo hacer lo que quiera (¡qué remedio! en muchos casos). Toda la discusión que se planteó en la Iglesia sobre si los sacramentos actuaban o no dependiendo de las circunstancias del sujeto o del celebrante, todo eso del ex opere operator y el ex opere operantis, nos hace olvidar que Dios hace y que el sujeto recibe, ambas son acciones y no me parece tan complicado entenderlo. Cuando nos bautizan nos hacemos hijos en el Hijo, luego tenemos lo que tengamos de vida para recibir ese don, día a día. Yo estoy convencido que Canuto recibió el bautismo de deseo, pero ese sacerdote le negó lo que tenía tan a mano. Esto se ve claramente en la Eucaristía: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.” Cuando uno comulga puede hacerlo bien, mal, indiferente o regular; pero no deja de recibir el Cuerpo de Cristo. Antes de comulgar los sacerdotes decimos en voz baja: “Señor Jesucristo, la comunión de tu Cuerpo y de tu Sangre no sea para mí un motivo de juicio y de condenación, sino que, por tu piedad, me aproveche para defensa de alma y cuerpo y como remedio saludable.” Es decirle al Señor: Yo sé que tú estás ahí, y estas ahí; y yo estoy aquí, y estoy aquí; ahora vamos a estar juntos, luego tú haz en mí y que yo te deje hacer a ti. Cuando despreciamos o banalizamos un sacramento no se enfada Dios porque le hayamos hecho daño, sino que tiene lástima de nosotros por no recibir lo que le gratuitamente nos da, que está deseando darlo.
¿No lo entiendes? Pídele a la Virgen que cada vez que te acerques a Dios en un sacramento, y especialmente en la Eucaristía, lo hagas con el mismo cariño con que ella se acerca a Jesús, descubrirás que ni es tan difícil recibir un sacramento ni es tan fácil pensar que lo haces perfectamente.