Hch 11,1-18; Sal 41-42; Jn 10,1-10

El episodio Cornelio-Pedro (Hch 10,1-11,8) es cumbre de los Hechos. Un largo relato explicativo y justificatorio de por qué los paganos pueden hacerse cristianos sin primero devenir judíos. Fue complicado darse cuenta y aceptarlo. La escena es la más larga del libro. Cornelio es visitado por una visión: ve a buscar a un cierto Simón Pedro. En el entretanto, Pedro escucha una voz: come de todo lo que viste en el éxtasis. ¡Imposible para un judío comer lo impuro! Por tres veces: come. Las cosas que Dios ha purificado, no las profanes tú. Cuando se preguntaba el significado de esta visión le llegan los enviados de Cornelio. Pedro entiende que Dios no mira las apariencias: la palabra debe ser predicada a todos, judíos y paganos. El Espíritu viene sobre todos los que estaban en la escena. Son bautizados. Ahora, el cristianismo ya no va a ser una secta judía.

Los de Judea se enteran que también los gentiles habían recibido la palabra de Dios. En Jerusalén, terribles reproches a Pedro: has entrado en casa de incircuncisos y comido con ellos. Pedro se explica: la visión de la comida, el anda, Pedro, mata y come. Ni pensarlo, Señor —siempre el genial Pedro. Por tres veces la voz del cielo: lo que Dios ha declarado puro, no lo llames tú profano. Llegan en ese momento los hombres de Cornelio. El Espíritu me dijo que me fuera con ellos sin más. Al llegar y comenzar a hablar, el Espíritu bajó sobre ellos, igual que había bajado sobre nosotros al principio. Se acordó entonces de lo que les había dicho Jesús. Dios les ha dado a ellos lo mismo que nos dio a nosotros. ¿Quién era yo para oponerme a Dios?

Conclusión: en lo que es obra salvífica para nosotros, también a los gentiles les ha otorgado Dios la conversión que lleva a la vida.

La decisión de Pedro —con incoherencias y revueltas—, luego de Bernabé y Pablo, junto a toda la Iglesia, abre la realidad de la cruz y de la resurrección de Jesucristo a todos los hombres. Ya no hay circuncisión ni cumplimiento de la Ley. Somos libres. Sólo Jesucristo importa y la fuerza de Dios Padre que en él se nos ofrece.

No es decisión particular de nadie, ni siquiera de los primeros y más importantes apóstoles. La decisión es de Dios. La obra de la salvación es universal. Un regalo, una gracia para todos. Y, sin embargo, somos judíos espirituales. Las Escrituras siguen siendo las nuestras. No entendemos la profundidad del acontecimiento Jesucristo y de la gracia que se nos otorga en él, si no vemos cómo en él se cumplen las Escrituras. Comprendemos en ellas el significado del cordero pascual y de su sangre derramada por nosotros —por nosotros, pues nuestros pecados colaboran en su muerte, y para nosotros, para nuestra salvación. Seguimos siendo el pueblo de la Alianza, de la Nueva Alianza. Vemos cómo baja de los cielos la nueva Jerusalén, es decir, la Iglesia de Dios.

Pedro y Pablo y los demás apóstoles comprenden la universalidad de la salvación en Cristo. Pero, durante un tiempo, para los judeocristianos será un trago duro. Él es la puerta del aprisco, y las ovejas conocen su voz. Y él nos va llamando por nuestro nombre y camina delante de nosotros. Él es la puerta de las ovejas. Quien entre por él se salvará y podrá entrar y salir, y encontrará pastos.

Al nombre de cristiano nada se le puede apegar. Nada.